Capítulo 8

3.2K 609 1.4K
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Me resistí todo lo que pude, pero Sunan se ofreció a dejarme inspeccionar su biblioteca si accedía, así que terminé rindiéndome

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Me resistí todo lo que pude, pero Sunan se ofreció a dejarme inspeccionar su biblioteca si accedía, así que terminé rindiéndome. No me preguntó sobre mis reticencias, simplemente me tendió un pañuelo y un abanico y me dijo que me cubriera con ellos si me sentía más cómoda, así que eso fue lo que hice.

El camino hacia Rosenshire se me antojó corto, como si el tiempo hubiera decidido correr más deprisa solo para que yo sufriera antes. Hice un mohín en cuanto puse un solo pie en la única calle empedrada de todo el pueblo, la que estaba más cerca de la iglesia. No tuve valor para alzar la vista hacia la catedral que solo unos días antes iba a suponer mi condena.

Sunan iba a mi lado, adaptando su paso al mío e ignorando las miradas indiscretas de algunos pueblerinos, que tenían por costumbre analizar a los desconocidos como si fueran una especie distinta.

A lo lejos, reconocí la panadería de Cadin y vi a Cadell atendiendo a una de las mujeres de los pescadores. Apenas había hablado con él, pero en ese momento sentí la imperiosa necesidad de acercarme, de tener un pedacito de Rosenshire cerca de mí, pero me contuve. Sunan se detuvo a mi lado y siguió mi mirada.

—¿Aún tiene hambre? —me preguntó en voz baja—. Puedo comprarle algo, si lo desea.

Negué con la cabeza y eché a andar de nuevo. Cuando se trataba de mí, Sunan no hacía ninguna pregunta de más. Simplemente tomaba lo que yo le entregaba y seguía su camino. Ojalá yo hubiese sido como él, ojalá me hubiese contentado con lo poco que tenía en lugar de buscar una ayuda que me había supuesto una condena. Ojalá hubiese decidido casarme con Jac, contentarme con una vida junto al mar y sencillamente marchitarme, como hacían las demás mujeres.

Pero había algo en mí que me lo impedía, un deseo salvaje e irrefrenable de libertad, como si yo hubiera nacido para algo más que para ser un complemento. Y ese deseo, aquel salvaje instinto que me guiaba, me había llevado a terminar encadenada como un animal.

Seguí andando junto a Sunan de forma casi mecánica mientras el mundo a nuestro alrededor giraba con toda naturalidad. Era como si el pueblo me hubiera olvidado, pero yo sabía que no no tendría la suerte de que mi rostro se borrase de sus memorias, así que cada vez que pasaba junto a alguien que podría reconocerme, alzaba el abanico y me ocultaba tras él.

Los lazos del mar [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora