Capítulo 11

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Cuando desperté, Sunan hacía tiempo que se había levantado

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Cuando desperté, Sunan hacía tiempo que se había levantado. Le oí hacerlo cuando el sol aún no despuntaba en el horizonte, pero estaba tan cansada que me dormí antes de que él llegara a salir de la habitación.

Arrastrando los pies, me dirigí a mi habitación a sabiendas de que tendría que pasarme toda la mañana achicando agua y haciendo todo lo posible por secar el colchón antes de que cayera la noche si no quería tener que dormir con Sunan otra vez.

Me sorprendió encontrar la habitación limpia y los cubos vacíos. Al parecer, él había estado limpiándola. Encontré el colchón en el balcón, secándose al sol, que parecía brillar como si la tormenta del día anterior hubiera sido un mal sueño.

Incluso las ventanas de la habitación estaban abiertas para que se secara más rápido. Me sentí aliviada al instante. La idea de pasar otra noche durmiendo con Sunan, que no hacía más que revolverse en sueños y gruñir, se me antojaba una pesadilla. Era más que evidente que dormir conmigo le había molestado, aunque no hubiésemos tenido otra alternativa.

Mientras me ponía el vestido de mi madre, escuché unos golpes rítmicos en el tejado. Fruncí el ceño y salí al jardín, preocupada por si la casa se venía abajo por la acción de la tormenta, un vaticinio que había hecho el mismo día en que conocí a Sunan y que parecía que iba a cumplirse muy pronto.

El sol golpeaba con una fuerza inusitada, como si quisiera borrar cualquier rastro de la lluvia de la noche anterior. Eché un vistazo al tejado, donde encontré a Sunan trabajando a destajo, reparando las grietas por las que se había colado el agua.

Se había quitado la camisa y esta colgaba de la presilla de su pantalón, balanceándose cada vez que daba un martillazo. Lo cierto era que jamás habría esperado que supiera cómo reparar un tejado, pero lo estaba haciendo bien. Yo había visto a mi padre hacerlo todos los años, un mes antes de que llegara el invierno, para repetir el proceso cuando la nieve empezaba a derretirse, así que podía decir que, incluso él, se habría sentido impresionado de ver a Sunan trabajar.

En cuanto reparó en mi presencia, Sunan dejó el martillo a un lado y se secó el sudor de la frente.

—Buenos días —me saludó—. ¿Ya has desayunado? Te he dejado comida en la cocina, aunque, probablemente, ya se haya enfriado.

Los lazos del mar [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora