11. Cristian: Noche en altamar

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Por suerte hubo viento suficiente como para que la pequeña barca de Leandro navegara a buena velocidad en dirección al norte. Tomó apenas un par de horas llegar al destino, tiempo durante el cual Cristian pudo observar con mucho asombro que en la costa había varias pequeñas colonias de sobrevivientes. En una ocasión pasaron cerca a un largo muelle que comenzaba en tierra firme y llegaba bastante lejos hacia el mar abierto, toda hecha de madera. Al final del muelle había unas cabañas de madera de dos y tres pisos, en los que aparentemente vivían varias familias.

"No entiendo", le comentó Cristian a Leandro, junto a quien estaba sentado. "¿Cómo es que pueden sobrevivir aquí afuera, solos, por su cuenta?"

"¿Quién dice que están por su cuenta, muchacho?", le sonrió Leandro. "Están aquí viviendo solos, pero no están solos. Si necesitan algo, pueden ir a comerciarlo. Ahí a donde ustedes fueron. Muchos están dispuestos a entregar lo que sea a cambio de pescado seco. O de algas. Esos niños que están ahí, esos que se están tirando al mar, cosechan algas en unas camas de madera que cuelgan a unos pocos metros de profundidad. Cultiva algas y otras cosas"

Cristian los miró con mayor atención. Al borde del muelle había unas plataformas inferiores desde las cuales unos niños se lanzaban al agua jugando. Para ellos no era problema que, a unos metros de distancia, al inicio del muelle, hubiera una masa de muertos vivientes tratando de llegar a ellos.

"¿Cómo es que se mantienen seguros?", preguntó Cristian. "¿Cómo evitan que los zombis lleguen a ellos?"

"Oh, fácil", respondió Leandro. "El muelle tiene partes que se doblan. Como un puente que se levanta. Los apestosos, como los llaman ellos dos, pueden avanzar por el muelle un poco, pero después caen al mar. Las olas los llevan de regreso a la orilla. En los muelles esos niños están seguros"

Cristian los siguió observando. A lo lejos veía a los niños nadando en el agua, cerca a la plataforma inferior, riendo y empujándose. Él nunca había tenido una experiencia así. Él había sido hijo único y después del accidente vivió con su tía y sus tres hijos, los cuales lo maltrataban. Si algún día tenía hijos, quería que vivan en ese muelle, pensó.  Que sean amigos de esos niños.

De pronto se dio cuenta de que Steph y Naomi también estaban hipnotizados por el espectáculo de esos menores pasando un tiempo agradable, en ese mundo podrido y decaído.

"En Cao también hay niños jugando", intervino Leandro. "A la niña le va a gustar. Van a ver"

Leandro acarició una sola vez a Naomi antes de continuar maniobrando las velas de la barca. Naomi sonrió. Steph, en cambio, la miró preocupada. Primero quería ver ese lugar al que estaban yendo. Quizás luego podrían emocionarse por estar ahí. Por el momento no le parecía prudente ilusionar a su pequeña hija al respecto.

Cristian se dio cuenta de esto. Le puso una mano en el hombro.

"No te preocupes. Ella se merece esto y mucho más", le dijo porque no pensó en otra cosa que decir.

Teresa y Daniel no dijeron mucho más durante el camino. Los dos habían llegado nadando y empujando los cuerpos amarrados a su equipo hasta la barca y habían subido. Dentro se habían acomodado y se habían quedado dormidos ambos. Dormidos. Cristian apenas podía creerlo. ¿Cómo podían dormir en un lugar como éste, que se movía constantemente y que podía colapsar en cualquier momento?

Esto ponía en tela de juicio la decisión de haber puesto su vida en las manos de ellos dos. Hasta ahora habían parecido saber exactamente qué hacer. Sin embargo, acciones como ésta lo hacían dudar todo.

Al cabo de una media hora el viento dejó de cooperar. Leandro tuvo que bajar las velas y colocar los remos.

"Iremos más lento, pero llegaremos. No se preocupen", les dijo Leandro con su consagrada sonrisa.

Réquiem por TrujilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora