14: Mate a la reina

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Cuando el sol blanco de Ara se impuso sobre las nubes perezosas del cielo matutino, al príncipe menor de los escorpiones se le declaró en coma. Nadie sabía si despertaría alguna vez, o cuándo podría hacerlo, y mientras, la reina de las serpientes en definitiva jamás volvería a abrir sus ojos.

Sawla Nashira al fin había sido vencida por esa enfermedad que por tanto tiempo había ocultado.

Un ataúd de cristal negro, un coro de impactados espectadores que fingían llorar a una reina que no conocían, y solo dos familiares, uno al frente del otro. El rey Lesath, cuya capa portaba el color del luto, y la princesa Shaula, con un velo oscuro que se arrastraba hasta los pies de aquellos en la fila trasera.

No se permitió la entrada al público general, solo a los residentes del castillo.

Con Antares en coma y Sargas en custodia, no había a nadie a quién esperar, pero sí muchos rumores, porque ambos eventos eran un secreto de familia.

El Alto Sacerdote Polux dio su discurso, muchos comentaron sobre la tragedia y lo repentina de esta, pero nadie logró sacar una palabra del rey o su hija, hasta que ese anciano de la congregación se acercó.

—Majestad —saludó con una reverencia—. ¿Su heredero no honrará a su madre con su presencia ni siquiera en su funeral? Sé que es importante para su seguridad que permanezca en anonimato, pero en un caso como este...

Lesath lo miró, y esa mirada fue suficiente.

Pero entonces la mano del rey, Lord Zeta Circinus, rompió la línea de expectación del consejo y se acercó al rey. Con una inclinación hacia Lesath, le susurró:

—Yo tengo la misma duda, majestad. Es importante el mensaje que estemos dando.

—Mensajes —habló el rey con un tono de voz imposible de descifrar. No había emoción, ni la ausencia de ellas. Se podría haber estudiado eternamente las intenciones de aquella repetición—. Los mensajes son armas de doble filo. Si no los dominas del todo, no deberías jugar con ellos.

Entonces Lesath miró a la mano, y ese gesto era mucho más claro que su manera de hablar.

—Algunos murmuran, lord Zeta —continuó el rey—. Dicen que tú no lo dominas. Yo no estoy entre ellos, desde luego. Me abstengo de opinar, pues soy tu rey. Pero puedo aconsejarte, para que tengas cuidado con lo que juegas.

Lord Zeta tragó en seco, asintió, y abandonó no solo la fila, sino el funeral.

Shaula, la niña de dieciséis que acababa de perder a su madre, seguía sin abrirse ni en palabras, ni en lágrimas.

Se había enterado de la enfermedad de su madre recién la noche pasada, y de repente ya estaba muerta y todo lo que tenían para decirle era inverosímil e insatisfactorio.

Shaula no quería más pésames. Shaula no quería más preguntas ni condescendencia. Shaula no quería un solo abrazo más, a menos que viniera de la mujer que no le dio suficientes en vida, y que ya no podía rectificarlo.

El llanto de los violines era lo único que rompía el silencio. Las horas avanzaban, y lo que quedaba de la familia real aguantó hasta el final cumpliendo el protocolo, pero manteniendo la mudez.

Cuando el rey al fin alzó la vista, vio los dedos de su hija que se deslizaban con gentileza casi nostálgica sobre el ataúd. Buscó su mirada, y apenas la encontró, lo supo.

Shaula impondría su pieza en el juego de los monarcas.

~✨🧡✨~

La madre de Shaula había muerto, su vestido negro seguía manchado de las gotas de la llovizna del funeral, pero ella seguía siendo la princesa de Áragog, la única representante digna de su generación ahora que Antares estaba fuera de juego indefinidamente, y Sargas a espera del juicio de Lesath.

Monarca [Completa] [Saga Sinergia]Where stories live. Discover now