18: Shaula llora

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Era la conmemoración de la treintava noche en que las estrellas adornaban el cielo sin que la reina de las serpientes los acompañara a los vivos en el reino terrenal

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Era la conmemoración de la treintava noche en que las estrellas adornaban el cielo sin que la reina de las serpientes los acompañara a los vivos en el reino terrenal.

La preparadora llegó temprano a recordarle que ese día tenían servicio en el templo de Ara.

Sus damas estuvieron listas temprano, prestas para prepararla a ella.

Le ofrecieron su desayuno pero Shaula lo descartó, indicándoles que lo dieran a otra persona que lo quisiera.

No es que Shaula no tuviese hambre. Había otro motivo para no comer.

Le pidió un momento a sus damas, al menos para que despejaran el dormitorio. Podían usar el vestidor, la pequeña sala común o la biblioteca. Shaula buscó entre los anaqueles una vela violeta, la que olía al vino que su abuelo tomaba, porque era a lo que olía su hogar cuando Jalas'tar estaba ebrio, y por consiguiente todos alegres. Incluso su madre.

Abrió la ventana. La claridad era ínfima gracias al sol blanco, pero ayudaba a disipar las sombras más lúgubres. La vela sobre la mesita, una llama sobre la mecha, y el aroma estalló junto al misticismo del fuego en una plegaria.

Con el velo sobre su cabeza como era requerido para estar en comunión con Ara, Shaula se postró contra su cama y presentó ante el altar del cielo su ayuno de ese día.

Cuando iba al templo, Shaula no tenía orgullo o vanidad. Se despojaba de todo rastro de rebeldía, dejaba su temperamento lejos, pues quería agradar a Ara.

Sus hermanos y hermanas en Ara eran mayores y tal vez más disciplinados, pero ella era más devota. La comunión que mantenía desde el instante que se disponía a pisar la Iglesia no había cambiado desde que su madre, padre y abuelo la llevaban de la mano a la extensión que había en Baham.

Lo único que tiraba de la amargura dentro de sí era tener que llevar a sus damas consigo. En Baham jamás le había molestado algo así, pero ahí se sentía expuesta, añorante de privacidad. Quizá porque a Altair, Jabbah e Isamar veía como intrusas en su intimidad; no como a sus otras damas, vendidas a las que daba por hecho que vivían para su papel.

Ese día después del servicio, se acercó al sacerdote que había impartido el mensaje de Ara a la congregación.

—Me han informado que ha venido en ayuno —le dijo el hombre de avanzada edad a la princesa.

—Así es, su santidad —reconoció ella con la cabeza gacha en reverencia a la cercanía al altar.

—¿Quieres compartir el motivo, hija mía?

Shaula alzó su mirada temblorosa. Estaba empañada por sus recuerdos, nublada por una desolación que solo se sentía libre de expresar ante Ara. Ese nudo en su garganta era una presa que la venía asfixiando lentamente, y en ese punto sentía que no iba a sobrevivir al ahogo.

—«No temas ni desmayes, porque yo estaré contigo delante de ti» —citó el sacerdote poniendo una mano sobre el hombro de la princesa—. Lee las Escrituras, princesa, Ara tiene mucho para decirte.

Shaula asintió, y en ese débil gesto un par de lágrimas resbalaron por su rostro.

—Ara tiene grandes propósitos contigo, hija mía, puedo sentirlo en el cielo incluso antes de que las estrellas aparezcan. No estás sola, el altar del cielo escucha todo lo que tengas para decirle. Ve a contarle tu verdad, y regresa en paz a tu hogar.

Shaula sonrió con sus ojos llorosos al despedirse del sacerdote.

Su padre había abandonado su palco privado después de la predicación, así que Shaula estaba sola y podía tardarse tanto como quisiera, la preparadora tendría que esperarla.

Así que se fue al cuarto de oración, y se postró en uno de los bancos a contarle a Ara todo lo que había callado hasta que su voz se volvió ininteligible entre los sollozos.

Cuando sentía que no podía más, que el temblor la desarmaría, escuchó una nota cercana de un tímido pianoforte.

Jabbah era la única de sus damas que se había declarado pianista, pero Shaula sabía que no era ella. Lo supo por el estilo errático y determinación vacilante, como si los dedos temieran a las teclas, pero anhelaran su poder. Era alguien inexperta, unas manos que poco a poco fueron dejándose llevar por lo que transmitía la melodía sin detenerse a traducir, hasta que, sin darse cuenta, habían entendido el lenguaje del instrumento.

Aquellas manos adquiriendo confianza se apoderaron de la sonata. La música fue ganando vigor, las notas gritaban en un sentimiento que parecía acompañar al de Shaula. Ningún abrazo habría igualado ese nivel de desahogo, Shaula acaba de conectarse con algo vivo e intangible, y al dejarse llevar por ello descubrió que se sentía vaciada, pero no vacía.

Cuando la música dio cese y Shaula se levantó por fin, simplemente dio una mirada hacia el piano para confirmar lo que ya sabía. Que había sido la más errática de sus damas quien había dedicado esa pieza.

A la distancia mientras se miraban directamente, Shaula asintió en agradecimiento, e Isamar le correspondió el gesto en reverencia.

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Nota:

Yo solo quiero abrazar a Shaula por toda una vida y jamás soltarla. ¿A ustedes qué les pareció el capítulo?

Monarca [Completa] [Saga Sinergia]Where stories live. Discover now