Escuela n.º 3, distrito escolar Narnia

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Sonó el timbre del último recreo. La seño Fabi guardó los dos libros que le quedaban en las manos y corrió por el estrecho pasillo que era la biblioteca de la escuela, antes de que fuera demasiado tarde.

Sin embargo, no fue lo bastante rápida. A pocos metros de llegar, frente a ella, se abrió un portal, del cual salió un elfo tan alto que tuvo que inclinar la cabeza para no golpeársela contra el techo.

—¡Por los Silmarils, dónde estoy!

La bibliotecaria no se dejó deslumbrar por la belleza fantástica de aquel ser. Era su primera semana de trabajo y no quería más problemas.

—Dejame pasar —le respondió y, sin esperar respuesta, se metió por el costado, entre los estantes y las costillas del elfo—. ¡Dejame pasar! —repitió, exasperada—. ¡Emilce, soltá ese libro, pero ya! ¡Te dije mil veces que no leas en voz alta lo primero que encontrás a mano! —agregó, con el rostro desencajado vuelto hacia la oficina.

Mientras seguía forcejeando para salir del atolladero en que ella misma se había metido, ya que el elfo no colaboraba —la armadura era mucho más incómoda de lo que parecía—, se insultó a sí misma entre dientes por haberse olvidado el libro aquel en un lugar tan expuesto a pesar de que, en el fondo, la culpa era y siempre había sido de su predecesora. ¿A quién mierda se le ocurría guardar un libro de hechizos en la biblioteca de una escuela primaria?

Ciudad mágicaWhere stories live. Discover now