El rey de los boludos

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Le decían "el rey de los boludos" ―no sabíamos su nombre; el apellido era impronunciable― porque no entendía los chistes y nunca respondía a las provocaciones ni a las indirectas. No prestaba atención en clase, pero, de alguna manera, siempre se sacaba buenas notas. Jamás iba a las juntadas ni se quedaba en las horas libres a boludear en el aula.

Corría toda clase de rumores sobre él: que era extranjero, que tenía una neurodivergencia, que era un androide, que era un mafioso escondido, que sus padres eran primos... Ninguno parecía afectarle en lo más mínimo.

A veces se lo veía hablar solo; no se sabía si todavía jugaba con un amigo imaginario o solo escuchaba voces. En cualquier caso, al grupito autodenominado "popular" de 2do 3era les molestaba tanto su forma de ser anónima e inofensiva, y planearon hacerle una "broma" unos días antes de las vacaciones de invierno.

Así fue como, justo a la hora de la salida, aprovechando el desorden natural generado por una multitud de adolescentes apurados por abandonar las aulas por lo que quedaba del día, los chicos rodearon al rey y lo llevaron con disimulo al baño de varones, en principio, para dejarlo encerrado ahí.

Los cuerpos fueron encontrados poco después por una ordenanza cuyo grito resonó por toda la planta baja y espantó a los estudiantes del turno tarde. El baño se había convertido en una película de terror: todos los adolescentes yacían inertes en el suelo, con el rostro deformado por un horror indescriptible y los cuerpos en las posturas más inverosímiles, como si alguien con una fuerza descomunal los hubiera tomado por los miembros para retorcérselos.

El único que quedaba vivo era el rey, sentado en un rincón medio escondido, cantando en voz baja, mirando al aire como si el baño hubiera estado vacío.

La policía no encontró ninguna prueba en su contra. Las autopsias revelaron que todos los jóvenes habían muerto de un infarto. El rey volvió al colegio al día siguiente, como si no hubiera pasado nada.

Nadie osó molestarlo más después de aquello. Después de las vacaciones de invierno, ya no vino más; lo más probable era que se hubiera mudado. A veces lo recuerdo como lo vi esos últimos días, sentado en el patio, hablando con los espíritus del aire que solo él y yo podíamos ver.

Ciudad mágicaWhere stories live. Discover now