Créditos para aprobar

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Era alto, delgado, usaba el cabello largo, con el que se mezclaba la barba blanca, y usaba un bastón decorado con motivos celtas. Lo llamábamos Gandalf, a pesar de las protestas de mi hermana, una potterhead insoportable.

Era el nuevo jefe del Departamento de Historia. Pronto se ganó fama de estricto; se contaban chismes de gente que había salido llorando de la mesa de examen, bochazos en masa y otros relatos de terror que yo no quería creer. Apenas lo había visto de lejos; me costaba pensar que un anciano con una expresión tan sabia fuera semejante desalmado.

Lamentablemente, me tocó vivirlo en persona. Aunque no apareció en toda la cursada, cayó justo para tomarme el final a mí. Me destruyó. No solo me había arruinado el promedio y la posibilidad de obtener el diploma de honor, sino que tuve que suspender los festejos que preparaba mi familia, que ya me veía recibida.

Cuando se me pasó el enojo, me uní a dos o tres compañeros que se encontraban más o menos en la misma situación que yo para ir a conversar con Gandalf, pensando, quizá, que, si le preguntábamos con humildad, podría orientarnos sobre lo que pretendía de nosotros.

Lo encontramos en la oficina del departamento, leyendo un libraco que parecía salido de una biblioteca medieval. De hecho, la oficina misma parecía una. Yo ya había estado ahí el cuatrimestre anterior, y no la recordaba así. El profesor levantó la vista y, cuando le presentamos nuestro caso, se puso de pie y dijo:

―Ustedes son los primeros que vienen a hacerme esa pregunta. No entiendo por qué a nadie se le ocurrió antes.

Dio la vuelta al escritorio, se detuvo frente a nosotros y agregó:

―Pues bien, ustedes serán mis elegidos. Necesito que me acompañen en una búsqueda épica. ¿Quién quiere encontrar el Grial?

Las decoraciones del bastón comenzaron a resplandecer. Nosotros nos miramos. Yo pensé que tenía que ser una joda. Hubo un silencio incómodo durante el cual miré por la ventana y, por un instante, me pareció ver un denso bosque; sin embargo, al pestañear y volver la vista hacia allí, se veía el mismo patio aburrido de siempre. La voz del anciano me distrajo:

―El que me acompañe tiene aprobada la materia ―dijo con tono sugerente.

Todos levantamos la mano al mismo tiempo. Él se restregó las manos, satisfecho.

―Excelente. Vengan conmigo.

Se dirigió a un pasillo oscuro que yo no había visto nunca y golpeó el bastón contra el piso; las marcas iluminaron las paredes, en una de las cuales apareció una puerta con inscripciones en una lengua que yo desconocía. El profesor la abrió, cruzó el umbral y se volvió como invitándonos a pasar.

Mis compañeros no dudaron en ir tras él. Yo, por mi parte, miré hacia atrás, pero en seguida pasé también. Si encontrar el Grial me garantizaba, por lo menos, un cuatro, bienvenido sea.


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