El truco definitivo

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Mandrago el Asombroso levantó la mirada hacia el frente y sonrió triunfante. Las luces no lo dejaban ver al público, pero él sabía que estaban allí, expectantes, listos para ser sorprendidos. Y él estaba a punto de hacer el truco nuevo, el que lo haría famoso a nivel internacional y que tanto tiempo y esfuerzo.

―Y ahora, damas y caballeros, niños y niñas ―anunció con voz potente―, ¡desapareceré dentro de mi sombrero!

Se sacó la galera y se la dio a una de sus asistentes, la cual se paseó de una punta a la otra del escenario para mostrar que se trataba de un objeto común y corriente, y se lo devolvió con la misma sonrisa parsimoniosa de siempre. Mandrago pidió un aplauso para ella.

Una vez que la ovación se disolvió en el silencio, colocó el sombrero sobre la mesa y metió la mano derecha. Levantó la izquierda para meterla también, pero un roce inesperado dentro de la galera lo hizo detenerse.  Retiró el brazo lo suficiente como para asomarse a mirar, y empalideció al verse reflejado en el fondo.

En efecto, un Mandrago exactamente igual a él lo observaba desde lo que parecía un escenario exactamente igual al suyo, a juzgar por los colores y la disposición de las luces. La única diferencia era que este no estaba sorprendido, sino que le sonreía con un gesto burlón.

Antes de que el Asombroso llegara a preguntarse siquiera qué diablos sucedía, el Otro metió los dos brazos en la galera, de tal modo que todos en el auditorio pudieron verlos salir, sujetar el cuello de la camisa de aquel y arrastrarlo al interior casi sin esfuerzo para hacerlo desaparecer en unos instantes.

La ovación de pie no se hizo esperar.

Ciudad mágicaWhere stories live. Discover now