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Durante el despegue me distraigo con las indicaciones de seguridad de la tripulación de cabina y las peleas de mi pequeño compañero de asiento con sus progenitores sobre la hebilla de cinturón que no deja de desabrocharse aº cada dos por tres.

Una vez estamos en el aire y se apaga la señal de "abróchense los cinturones", aparece una niña por el pasillo y se coloca junto a mi acompañante, que se llama Oliver. No he podido evitar deducir de sus conversaciones que son americanos de abuelos irlandeses y van a Shannon para pasar las fiestas con unos parientes.

―Cámbiame el sitio ―le dice la niña a Oliver. Aparenta unos diez años. Oliver no se molesta ni en responderle.

―Eva, por favor. Deja que se quede él ahí, donde le podemos vigilar mejor ―le pide la madre en tono cansado.

La niña bufa y se marcha a su asiento que está en diagonal al nuestro, una fila por delante. La hubiera preferido de acompañante porque Oliver no para quieto y me está poniendo nerviosa.

Rian me distrae cuando se inclina, cerniéndose un poco sobre mí para coger algo del suelo. Me encojo, intentando hacerle hueco y lo veo levantar el unicornio rosa.

―¿Quieres devolvérselo a tu hermana? ―le pregunta a Oliver, extendiendo el brazo por encima de mí para entregárselo.

―No es de mi hermana, es mío ―le informa Oliver, tomándolo de vuelta.

―Ah, bien... ―Rian levanta las cejas y parece un poco incómodo con su propia deducción―. No sé porque he dicho eso, ha sido bastante prejuicioso de mi parte.

―¿Qué es prejuicioso? ―quiere saber el niño.

―Algo que nos pasa a algunas personas que nacimos antes del año 2000.

―¿Antes del 2000? Eres súper viejo ―declara Oliver horrorizado.

Rian asiente con una expresión de resignación y cierto dolor.

―Soy súper viejo ―admite despacio y me río por lo bajo.

La hermana de Oliver vuelve a acercarse.

―Tienes una cara rara ―declara sin tapujos, observando a Rian.

Lo veo fruncir el ceño pero mantiene una actitud distendida, adecuada para la edad de nuestros compañeros de vuelo.

―Gracias ―le responde con ironía―. Las chicas suelen encontrarme atractivo.

―No lo creo ―niega Eva.

Me tengo que tapar la boca para ocultar una sonrisa. Soy fan de Eva desde este preciso instante.

―He hecho de modelo varias veces ―continúa Rian.

―Los modelos suelen tener caras raras ―debate Eva―. Hay una que tiene la piel de dos colores como una vaca.

―Guau, vale... Eso no es muy amable ―la instruye Rian, con un tono suave. Siempre se le han dado bien los niños―. No debes comparar a la gente con animales, puedes herir sus sentimientos.

La niña lo observa sin saber muy bien si tiene que hacer caso a la regañina de un extraño.

―Ya sé lo que es... ―anuncia entonces―. Son tus ojos, parece que están del revés, como si estuvieras boca abajo.

Suelto una risotada y Rian me mira con cara de pocos amigos.

―Es verdad ―admito.

―¿Qué te parece la cara de mi amiga Sinead? ―la provoca él, una venganza por divertirme con su sufrimiento.

Fantasias Navideñas por Haimi Snown y Beca AberdeenWhere stories live. Discover now