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Después de las compras y del incidente en el probador con Rian, Fiona y yo tomamos el té y una deliciosa tarta de queso en el emblemático Bewley's Oriental Cafés. Nos tiramos dos horas riendo y cotorreando sobre tonterías y temas profundos, pero mi mente no deja de atosigarme con imágenes de Rian. Sobre todo cuando a las ocho menos cuarto de la noche me llega un mensaje de él, en el que me cita en una hora en el The Jeanie Johnston, un barco museo sobre la gran hambruna irlandesa.

Le digo a mi amiga que Rian quiere regresar a Malahide. Cuando salimos de la cafetería nos espera una llovizna desagradable. Si estuviera en Boston, llevaría paraguas pero aquí nadie se molesta en usarlos.

Nuestros caminos se separan antes de llegar al puente O'Connell, ya que Fiona entra en Fleet Street para tomar el autobús de vuelta a Templeogue. Promete visitarme otro día en Malahide, aunque sé que las conexiones en Dublín son un fastidio y que tendrá que tomar dos buses para llegar allí. Lo más probable es que volvamos a vernos a mitad de camino en el centro, otro día. No quiero irme de Irlanda sin despedirme de ella.

Por suerte, la lluvia aminora conforme continúo mi camino. Ahora casi no la percibo, pero el frío se vuelve más intenso conforme se va haciendo más tarde. Al llegar al puente de O'Connell, tuerzo por el río Liffey y camino por su ribera, empapándome del paisaje de la ciudad que me vio crecer. Dublín no es bonita, pero tiene una magia que te hace sentir acogida. Todo parece familiar y seguro. Ni siquiera la Garda lleva pistolas gracias a su bajo índice de criminalidad. Nada que ver con Estados Unidos.

Mientras me acerco al barco me pregunto qué demonios se le ha perdido a Rian en un museo a esas horas, si ya deben estar a punto de cerrar. La mujer de la taquilla me informa justo de eso, pero entonces uno de sus compañeros me ve y nos interrumpe.

―¿Eres Sinead?

Echo un vistazo desconcertado a mi alrededor antes de asentir.

El chico me invita a subir por la plataforma con un movimiento de mano y lo sigo por la cubierta de madera, observando los altos palos que emergen de su centro, adornados a ambos lados por los cordajes de mesana. Tienen tantas cuerdas enrolladas que resulta caótico a la vista. Es un antiguo barco de vela, pero no solo eso, descubro al ver la bandera pirata. Es un antiguo barco pirata.

El joven me guía hasta el interior del castillo de proa, donde me entrega una bolsa y me indica un cuarto.

―Puedes cambiarte ahí ―dice―. Mi compañera ya se va, y yo no voy a entrar.

―¿Cambiarme? ―le pregunto confusa.

―Sí, Rian me dijo que esa bolsa era para ti ―se limita a decir antes de salir de vuelta a la cubierta y cerrar la puerta tras él.

Abro la bolsa y descubro un vestido. Es blanco y sencillo, casi como si fuera una camisola para dormir.

―Pero qué demonios.. ―Suspiro, sin estar segura de cómo proceder.

¿Qué había imaginado cuándo le dije que "sí" a Rian? Definitivamente no que habría un auténtico barco y disfraces. Me río de la situación y me digo que ya que he accedido, es mejor ir con todo y hacerlo bien.

Me pongo el vestido, que resulta indecente en la zona del pecho, y me echo el pelo hacia un lado de la cabeza porque me parece que va con el personaje. Que esté mojado por la lluvia me ayuda a arreglarlo, solo falta ahuecarle un poco con las manos. Me retoco el maquillaje con los productos que llevo en el neceser, creando sombras oscuras en los ojos, que intensifican mi mirada. Me pinto los labios de rojo y utilizo la misma barra labial para darle algo de color a mis mejillas. Al terminar, quiero ver el resultado en conjunto, pero mi pequeño espejo de mano no da para tanto.

Fantasias Navideñas por Haimi Snown y Beca AberdeenKde žijí příběhy. Začni objevovat