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Almuerzo en el pub con parte de mi familia. Solo una pequeña parte, unas veinte personas que no han podido esperar para verme más tarde. Saludo y abrazo a empleados antiguos, a vecinos, hago de niñera improvisada para los bebés de unos clientes, me aseguro de que un par de ancianos tengan los vasos llenos, me zampo una hamburguesa deliciosa, charlo y me río hasta que caigo reventada en una silla. Las fiestas de la universidad son un chiste comparadas con el entretenimiento que ofrece el pub de mi familia, Duffys.

Un café irlandes aparece delante de mí, en la mesa.

―Algo me dice que lo necesitas ―dice una voz, por encima de mi cabeza.

Me giro y descubro a Rian, acompañado por su madre. No hago caso al hecho de que mi corazón se sobresalta porque ha pasado muy poco desde que nos hemos separado en el parque, y me levanto para abrazarla con entusiasmo. La considero una santa por haber criado a Rian y aguantado a mi hermano sin perder la cabeza en el proceso.

Al rodearla con los brazos noto que ha adelgazado y hasta parece más menuda, como si sus huesos se hubieran encogido.

―Gracias ―le digo a Rian, sin mirarlo a los ojos―. Estoy molida.

―Has perdido la resistencia de los Walsh ―me critica y su madre le suelta una cachetada en el brazo.

―No seas tonto.

―Está bien, Tara. Ya no me puede hacer daño. He crecido.

La mujer me mira con admiración y me remuevo inquieta bajo su escrutinio.

―Si lo hizo cuando erais niños lo consiguió solo porque se lo permitías, Mo cuisle. Pero la vida siempre paga si esperas lo suficiente.

Mis ojos conectan con los de él y me planteo si quiere jugar a mis escenas favoritas para compensarme por todas las trastadas que me hizo de pequeña. Adorable idea.

―No necesito retribuciones de ningún tipo ―declaro de forma significativa. Si eso es lo que le ha movido a sugerir lo del roleplay, ya puede olvidarse―. El pasado está para dejarlo atrás.

―Mira qué filosófica te han vuelto los americanos. Es culpa de todos esos anuncios con ying y yang, ¿verdad? ―Mi hermano, cómo no, aparece al lado de Rian y pasa un brazo por sus hombros.

―¿Cuándo es la cirugía para volveros siameses? ―me burlo.

―Siempre estuviste celosa por nuestro amor verdadero, hermanita ―dice Devlin―. Os robo a Rian, hay gente que quiere verle.

Cuando dirijo la mirada hacia la zona que señala mi hermano, veo a un grupo formado por unos jóvenes que reconozco como amigos, entre ellos Kate, la ex novia de Rian. Asiento y me retiro a mi silla, acompañada por Tara. Conversamos hasta que me doy cuenta de que se acerca la hora de la cena. Antes, en el parque, Rian me ha coaccionado delante de Cathy y Paul para que quedáramos esa noche y conforme se aproxima la hora me siento más inquieta.

Empiezo a arrepentirme de haberle dicho que sí, pero nuestra corta escapada con los niños ha sido tan agradable que me he visto momentáneamente debilitada. Ahora que estamos en el pub con el resto de nuestra fauna habitual situata en sus posiciones, me doy cuenta de la mala idea que es porque yo no soy parte de esta.

Tara se despide y se une a otras personas mientras yo limpio la mesa y la preparo para el servicio de cena. Cuando ya no me queda nada para hacer, echo vistazos hacia el grupo donde están Rian y mi hermano. Es evidente que se están divirtiendo, pero ya no siento los celos de antes. Por cómo se mueven y gesticulan, más de uno se ha pasado de copas. Rian me pilla observándolos y por un instante el tiempo se detiene. Nuestras miradas conectan por encima del alboroto y de la gente, y el tumulto del bar parece acallarse. Los metros que nos separan y el gentío a nuestro alrededor desaparece de forma mágica. Igual que en una de esas escenas románticas, solo que nunca pensé que me sentiría de esta forma.... como si su mirada me absorbiera del mundo terrenal y me llevara a lugares hechizados. Como si sus ojos pudieran enviar miles de pequeñas descargas eléctricas por todo mi ser.

Nuestro momento termina con un balde de agua helada cuando Rian agacha la mirada porque Kate le ha puesto la mano en el antebrazo y ha llamado su atención. Me hincho el pecho de aire, lo suelto lentamente, y después me dirijo con decisión hacia ellos.

En el pasado no me hubiese atrevido a hacerlo, no tenía la confianza necesaria para entrar en su grupo y menos sabiendo que Devlin me lo pagaría con creces si lo intentaba. Ahora que la tengo, no me interesa ser parte de su grupo, pero quiero dejarles claro que ya no me intimidan.

Cuando llego allí todos paran de hablar y me miran.

Cómo no. Casi pongo los ojos en blanco.

La única que se atreve a dirigirme la palabra es Kate.

―Sinead, qué placer volver a verte ―dice, y se despega de Rian para darme un abrazo.

Se siente raro. Kate es buena chica, pero por alguna razón siempre me ha caído mal.

―Lo mismo digo ―murmuro, alejándome de sus brazos.

Saludo a los demás con la cabeza y pregunto:

―¿Estáis bien atendidos todos?

Me doy una bofetada mental en cuanto lo digo. No he ido para hacerles de camarera, para eso están los empleados del pub. Pero uno de los amigos de mi hermano, creo que se llama Cormac, aprovecha el momento.

―Todo genial. Pero, eh, no nos has visto en tanto tiempo que podrías invitar una ronda.

El alrededor estalla en silbidos y aplausos.

―Lo siento ―me disculpo con la sonrisa más franca que puedo fingir―, ya casi soy americana y allí no invitamos. En realidad, es al revés, en una situación así esperaría regalos.

―El hecho de verte ya es un regalo ―comenta Oisin.

Le conozco mejor que a los otros. Teníamos clases de tenis juntos y me parece un tipo decente. No me extraña que se llevara a Kate cuando Rian salió de la ecuación. Es el más listo de su grupo y siempre me he preguntado qué estaba haciendo con la panda de perdedores que pululan alrededor de Devlin. Todos son chicos ricos, con fideicomisos que les aseguran la vida y mucho aburrimiento por matar. Oisin Callaghan no es pobre ni de lejos, pero ha demostrado que quiere algo más que pasar el tiempo entre fiestas y vacaciones en destinos de lujo. Creo que está estudiando un máster de informática, si no voy mal encaminada.

Su comentario no pasa desapercibido. El idiota de Cormac y alguien más se carcajean y empujan a Oisin en el hombro.

―Tío, ¿aún no se te ha pasado el enamoramiento infantil? ―se burla.

Rian está frente de mí, por eso advierto que frunce el ceño y mira mal a los chicos.

―Y a ti no se te pasó el comportamiento infantil ―le espeto a Cormac. Bien hecho, Sinead. Has venido para hacer amigos. Así se hace, me digo a mí misma. En fin, que no sirvo para esto―. Nos vemos por ahí ―me despido.

Vuelven a quedarse en silencio unos momento después de que me vaya, pero les escucho susurrar a mis espaldas. No espero que Devlin me ayude o me apoye. Le mataría si lo intentara siquiera.

Sé que creen que soy una mojigata petulante porque no gasto el dinero de mi familia con la misma velocidad que ellos sino que lo invierto en mi futuro. En ningún momento he dado a entender que me creo superior por perseguir una carrera tan desafiante, pero ellos lo dan por sentado. Lo único que quiero es alcanzar el lugar donde mis sueños y mis fantasías me han llevado tantas veces. Lo que ellos consideran arrogancia yo lo llamo ambición.

Paso a la cocina para ver a mi madre y me invento que tengo que hacer unos recados antes de ir a casa. En mi código ético mentir está permitido mientras no hagas daño a nadie y no me apetece explicar por qué voy a verme con Rian O'Niell cuando ni yo conozco la respuesta. 

Fantasias Navideñas por Haimi Snown y Beca AberdeenWhere stories live. Discover now