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Es muy temprano, pero encuentro a todo el mundo en pie.

Mamá no ha ido al pub al despertarse, aunque suele ser la primera en llegar. Ella y mi padre me abrazan hasta que me hacen magulladuras y mi abuela farfulla que la comida americana debe ser una bazofia porque estoy en los huesos. Mi abuelo no comenta, es el más callado de la familia, pero veo en su mirada el brillo de la alegría.

Vuelvo a sentarme en la mesa, me tomo un té y no me abstengo de meterle mano a la tarta de manzana que mi abuelita acaba de sacar del horno. Si el olor de la Navidad se pudiera embotellar para vender, sería el de nuestra casa, una mezcla maravillosa del abeto decorado junto a la chimenea, la canela de la tarta y el amor familiar que exudamos. Tendríamos incluso más patrimonio que el obtenido desde que mis abuelos abrieron el pub y los tres Bed & Breakfast, hace ya treinta años. Tal vez, incluso podría comprarme mi propio avión si vendieramos esas botellitas de olor navideño.

―Otra vez estás con la cabeza en la nubes ―dice mi abuela.

Nos hemos quedado solas porque mis padres han salido para el pub y mi abuelo en cuanto puede se pierde por la propiedad para enfrascarse en alguno de sus hobbies.

Aprovecho ese instante de tranquilidad porque la casa se va a llenar en cualquier momento de tío, tías, sobrinos y nietos. Los Walsh somos una legión.

―Estaba soñando con mi propio avión ―reconozco.

―¿Por qué no una flota? ―me provoca ella.

Adara Walsh siempre ha sido la verdadera emprendedora de la familia, la cabeza pensante detrás de nuestro imperio. De no haber sido por ella, mi abuelo se hubiera limitado a trabajar por cuenta ajena toda su vida y las cosas para los Walsh serían muy distintas

"El miedo solo te frena, Sinead", solía decirme. "Solo unos cuantos nos atrevemos a intentar alcanzar nuestros sueños y eso ya nos convierte en ganadores."

Fantaseo por un momento y me imagino embutida en un glamuroso traje de magnate, viviendo en un rascacielos y manejando mi propia empresa que me mete en la lista de los multimillonarios más jóvenes según Forbes.

―No ―decido, analizando el sentimiento que esa imagen me trae―. Creo que no soy tan ambiciosa como tú, abuela. Por ahora solo quiero volar. Ver todo el mundo. Más tarde ya veremos.

Mi abuela asiente, se levanta y empieza a recoger la mesa, que el resto de la familia ha dejado hecha un asco. Hago el ademán de ayudarla, pero golpea mi mano y me arranca el plato con restos de tarta.

―Deja eso ahí. A partir de mañana empiezas. Hoy te has ganado un descanso.

La obedezco porque las reglas de la casa las pone ella y siempre se respetan.

―Gracias. Te he echado de menos. ―Es la tercera vez que se lo digo.

Ahora, que los he visto a todos en persona después de tanto tiempo, tengo una especie de revelación que me anima a disfrutar cada momento porque no sé cuántos más habrá. No hay nada más importante para mí en el mundo que mi familia, aunque no lo haya demostrado últimamente. Y tengo pocos días para hacerlo.

Después de darle otro abrazo, subo a mi antigua habitación donde me aguardan mis maletas, pero no tengo ánimos de tocarlas aún. Me tiro en la cama y sonrío. Tengo el pecho hinchado por la felicidad, por la libertad, por el gozo que siento. ¡Es maravilloso! Durante un segundo me entran ganas de abandonar los estudios y regresar para ser cuidada por mi familia. Sería fantástico, pero me convertiría en una aprovechada y yo no soy de esas. Me levanto de golpe para abrir las maletas y colocar las cosas. Mi móvil suena en el escritorio y decido que cualquier cosa es más divertida que deshacer las maletas.

Lo es, descubro cuando leo el mensaje de la pantalla.

¿Estás durmiendo?, me escribe Rian.

No sé por qué sonrío. Se me pasa por la cabeza que es raro que me escriba, cuando hace solo unas horas que nos hemos separado. De hecho, es extraño que me escriba y punto. Si lo hacía en el pasado era para preguntarme por mi hermano porque este no le respondía hacía rato. Segura de que se trata de eso, aunque ahora sea más cortés y me pregunte por mi salud antes de ir al grano, le contesto:

No. Y no sé dónde está Devlin.

Teclea enseguida la respuesta.

Yo tampoco. ¿Denunciamos su desaparición a la Garda?

Sacudo la cabeza y le respondo:

Me imagino lo duro que tiene que ser no ver a tu amigo durante cuatro horas. Pero la policía no mueve un dedo hasta que pasan mínimo veinticuatro.

Estoy segura de que no va a responderme. Siempre fue un poco rudo conmigo, como si no mereciera ni el nivel de cortesía que se le ofrece a un desconocido y me mantuviera a distancia a propósito.

Eso es una leyenda urbana. ¿Qué vas a hacer el resto del día?

Frunzo el ceño, verdaderamente extrañada con su comportamiento.

Esperar a que vengan mis tíos y entonces llevaré a Cathy y a Paul al parque, le informo, sin entender por qué quiere saberlo.

¿Qué parque? indaga él.

El del castillo, respondo.

¿Cuál de ellos?

Solo hay uno.

Debo haber entrado en una realidad paralela porque esto es de lo más extraño. ¿Rian O'Neill escribiéndome tonterías en lugar de dormir como un oso en plena hibernación?

Hay varios, Sinead. ¿Cuál de ellos?

¿Por qué quieres saberlo?

¿Y si tu hermano ha sido el primer Walsh en desaparecer pero ahora empezáis a caer todos como moscas...? Quiero teneros localizados, es su tonta respuesta.

No sé qué tramas pero si tanto quieres saberlo, voy a llevarles al parque grande, el del tobogán gigante.

No ha sido tan difícil, ¿verdad Sinead? me felicita con evidente sarcasmo y me doy cuenta de que antes rara vez utilizaba mi nombre y ahora es Sinead esto, Sinead lo otro. Y cada vez que lo usa, mi corazón se encoge.

El siguiente en escribir vuelve a ser él.

¿A eso de las 12:00?

No me doy cuenta de que me he llevado la mano al pecho, como una emocionada damisela de la época victoriana, hasta que dejo caer la mano con el móvil, pensando en qué responderle.

¿Vas a venir con Devlin?

Aunque lee mi mensaje, tarda unos momentos en escribir:

Esta vez, no.

Suelto un grito y me cubro la boca con la mano cuando me doy cuenta de que he dejado la puerta abierta y puedo llamar la atención de mi abuela.

No entiendo qué me pasa. Ni siquiera ha dicho algo como para hacerme gritar, aunque el hecho de que Rian quiera salir conmigo y no con mi hermano, es un logro por el que me hubiera premiado a mí misma con una medalla de oro cuando era niña.

Debería regresar a las maletas, pero vuelvo a leer nuestra corta conversación. Y me pregunto si hay algo de verdad en el dicho que el aire de Irlanda es mágico, porque me siento encantada.

Fantasias Navideñas por Haimi Snown y Beca AberdeenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora