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Me abrocho la chaqueta al salir en el frío de diciembre y me pongo un gorro y una bufanda. Una ráfaga de viento se lleva mi aliento caliente y un par de hojas muertas que crean un torbellino en la calle casi vacía. Es la hora de la cena, hay poca gente fuera, pero las luces navideñas y las decoraciones de las tiendas son suficientes para dotar el aire de esperanza y alegría.

Camino despacio hasta el lugar donde tengo que encontrarme con Rian. Normalmente no acudiría al parking del castillo a esas horas de la noche, pero el Wonderlights, el espectáculo de luces que ofrecen durante las fiestas navideñas en los jardines, hacen que el lugar esté a rebosar de turistas.

Me siento segura al caminar junto a familias y grupos de amigos que van hacia el castillo para disfrutar del que, probablemente, sea el último paseo del día. Cuando llego a la entrada no hay rastro de Rian, pero entonces me vibra el reloj y miro la notificación del mensaje que me ha llegado.

Rian te ha enviado una imagen, dice.

Saco mi móvil del bolsillo del abrigo con la dificultad añadida de los guantes y cuando enciendo la pantalla veo que me ha mandado una copia de las entradas e indicaciones de que me adelante, sin esperar a que llegue. Promete que me alcanzará, pero suspiro y se me pasa por la cabeza la imagen de la mano de Kate en su antebrazo. No hace falta ser un genio para saber a qué se debe el retraso.

Sintiéndome como una tonta por acudir a un espectáculo de ese tipo sola, enseño mi ticket electrónico y empiezo el recorrido, que es poco menos de dos kilómetros en total.

Los demás visitantes rezuman entusiasmo y charlan animadamente en distintas lenguas mientras yo avanzo con las manos metidas en los bolsillos y la cabeza un poco agachada. No estoy triste ni decepcionada. Estoy cabreada conmigo misma por permitir que me afecten las decisiones de Rian.

Me detengo para no interponerme entre el objetivo de una cámara y la familia sonriente que quiere inmortalizar ese momento en el bonito túnel de luces blancas. Ellos se percatan de que estoy sola y me sonríen antes de pedirme que les haga yo la foto para que puedan salir todos.

Al otro lado del túnel de luces, salimos a un zona del bosque que han iluminado de una forma tan mágica que yo misma me detengo a admirar la fantasía que compone. Han colocado hileras de bombillas en el suelo como si fueran los surcos de un campo labrado, y estás son tan potentes que se reflejan en los árboles y hasta dotan a la niebla de una tonalidad púrpura. Desde arriba una bola luminosa gira y sus haces de luz se reflejan en el suelo y en los árboles. Más adelante, hay proyecciones de hadas volando, un tronco de un árbol que habla y criaturas fantásticas que giran, simulando un baile. Todo el ambiente resulta mágico.

Levanto mi móvil para hacerme un selfie y entonces, a través de la cámara veo algo pasar por detrás de mí. Antes de que pueda darme la vuelta y comprobar de qué se trata, me veo rodeada por unos brazos fuertes. Una mano me tapa la boca para que no grite y con la otra tira de mi cintura y me arrastra tras un árbol.

―Soy yo, Sinead ―me advierte mi captor, antes de destaparme la boca.

―Idióta, me has dado un susto de muerte! ―suelto en cuanto puedo hablar.

No entiendo qué le parece tan divertido cuando habla pero se insinúa que la situación la entretiene.

―Oh, vamos, estamos rodeados de gente y luces por todas partes ―se defiende―. Esto parece el país de las hadas.

―Lo que es aterrador ―apunto, tratando de ignorar cómo se siente estar rodeada por sus brazos, porque no me ha soltado sino que mantiene mi espalda contra su pecho―. Lo sabrías si hubieras leído algún libro de hadas malvadas y supieras lo retorcidos que son los faes.

―¿Ah, sí? ¿Existen historias con hadas malvadas?

―Sí, y son maravillosas.

―¿Cuál es tu favorito? ―se interesa él.

No parece tener intención de soltarme. De hecho, se acomoda contra el tronco del árbol y tira de mí incluso más hacia su pecho. Me mantengo tan recta a base de fuerza que el árbol debe creer que soy su hermana. No porque esté incómoda, todo lo contrario. Esta posición debe ser considerada pecado en cinco religiones distintas por cómo me siento. Si no fuera por toda esa ropa invernal... si estuviéramos en esa misma posición pero desnudos.

Sinead, no sigas por ahí o habrá represalias.

Lo de amenazarme a mí misma se está convirtiendo en una costumbre.

Trato de zafarme pero él no me permite moverme.

―¿O'Neill? ¿Qué demonios estás haciendo?

―Resulta que este tipo de escenas me gustan. Además creo que vas a contestar mejor a mis preguntas si no nos miramos a la cara ―explica―. Me debes una respuesta. ¿Qué te parece mi idea?

―¿Por qué estás tan interesado en hacer eso? ―indago un tanto a la defensiva―. Si es porque crees que me debes una o mil por cómo me hacías el vacío de pequeños...

―Qué va ―me corta.

―Entonces, ¿por qué?

Titubea un momento y giro el rostro, deseando ver su expresión.

―Como te dije, me gusta actuar. Hasta me gusta disfrazarme y... bueno, creo que puede ser divertido.

Exhalo y mi aliento se transforma en un vaho violeta delante de mi rostro. Hay algo más allí, algo que no logro alcanzar pero que necesito saber. Y el único modo de descubrirlo es jugando.

―Entonces, ¿qué te parece? ―insiste.

Hay cautela en su voz.

―No lo sé ―reconozco―, nunca he pensado... quiero decir... ―De todas las cosas del mundo que esperaba que me propusiera, esa no se me hubiera pasado por la cabeza. Intento decidirme pero no consigo poner orden en mis pensamientos mientras nuestros cuerpos están unidos. Incluso con toda la ropa de invierno de por medio.

Por un lado, tengo unos días de vacaciones que disfrutaré junto a mi familia, en mi país de nacimiento, después de haber pasado unos meses duros con exámenes y lecciones de vuelo. No esperaba que este descanso me trajera algo tan refrescante como la oportunidad de jugar al rol del romance con el amigo de mi hermano, pero esa parece una de esas oportunidades que pasan una vez en la vida y que no debes desperdiciar.

Antes de responder, suspiro pensando en el único contra: es algo que se puede complicar mucho.

―No estoy segura ―confieso, cohibida―. Es decir, algunas de esas escenas son... son bastante...

Rian ríe por la nariz y lo noto tensar los músculos alrededor de mi cuerpo. Cierro los ojos y disfruto como cualquiera en mi posición.

―Lo sé, Sinead, pero nosotros no llegaríamos tan lejos. Es solo un juego. ―Su tono cambia a uno más confidencial―. No habrá sexo.

Hay un instante en el que tengo que reajustar mis expectativas a la realidad. Me siento profundamente decepcionada y aliviada, a partes iguales.

Y una mierda, a partes iguales. Estás bastante más decepcionada que aliviada, Sinead. Mi conciencia vuelve a darme por saco.

―¿Por qué no? ―suelto.

Rian se inclina para darme un beso en la coronilla y la forma en la que aletea mi corazón ilustra porque todo esto es una malísima idea.

―Nos vamos a divertir ―dice.

Puede, pero yo acabaré sufriendo cuando vuelva a Boston y no pueda dejar de pensar en él. Si ya estoy de los nervios solo por compartir un vuelo, ¿qué va a ser de mí después de dos semanas jugando al romance con semejante personaje?

―Voy a necesitar más material ―anuncia―. ¿Me preparas una lista de recomendaciones?

―Le diré a Devlin que te lleve un par de novelas mañana.

―¡Ni se te ocurra! Esto quedará entre tú y yo.

―Y entre Paul y Cathy ―añado con cierta ironía, y él se carcajea.

―Los sobornaré mañana ―dice―. Y entonces será nuestro secreto, señorita Walsh.

Otro, me digo. 

Fantasias Navideñas por Haimi Snown y Beca AberdeenTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon