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Estallan aplausos cuando el avión aterriza y me embarga una emoción de plenitud, soñando con el día cuando ese gesto sea dirigido hacia mí.

Se puede sentir el entusiasmo en el aire. Los padres despiertan a los niños cansados, pero cuando abren los ojos y les avisan de que han llegado, su mirada se vuelve feliz y la cabina parece un campo sembrado con sonrisas. Algunos no viajan por trabajo ni por placer y quizá tengan que arreglar problemas graves. A esos les envío toda mi energía positiva para que los resuelvan rápido. Pero la mayoría de los pasajeros se ilusionan con el viaje y el primer paso es el vuelo. Ofrecerles el camino hacia sus sueños es lo que quiero hacer.

Por supuesto que nadie, aparte de mí, se queda sentado cuando el capitán nos avisa de que nos preparemos para el desembarque, pero que nos mantengamos sentados y con los cinturones abrochados.

―¿Estás soñando con el día en que seas tú la que habla por ese micrófono? ―Rian me pilla con una expresión soñadora.

Asiento.

―Sí alguien puede conseguirlo eres tú ―dice.

No dudo de mí misma, pero escucharlo de su boca, teniendo en cuenta que nos conocemos de niños y nunca me ha creído capaz de conseguir nada, se siente fantástico. Me pregunto si es sincero o solo quiere peinarme por alguna razón oculta.

―Gracias ―digo, en voz rota. Me aclaro la garganta y me levanto por fin, porque enfrente de nuestros asientos empieza a despejarse.

Lo sigo, llevando solo mi bolso de hombro, ya que él se las arregla para conducir las dos maletas de mano por el estrecho pasillo. Estoy a punto de dar saltitos al saber que en unos segundos voy a pisar tierra irlandesa.

Y lo haría si no fuera porque mis maletas no salen a la cinta. Solo quedamos nosotros y un hombre cuarentón que observa preocupado la banda vacía, que ahora se mueve con lentitud.

―¿No deberías ir a poner una incidencia? ―pregunta Rian.

Niego con la cabeza.

―Es un vuelo directo, no hay posibilidad de que se pierdan. Vendrán, dale unos minutos más.

Me muevo en círculos porque estoy demasiado nerviosa. Quiero salir ya. Rian se sienta encima del carrito que ha preparado para cuando recojamos mis maletas con la tranquilidad de uno que tiene todo el tiempo libre del mundo. Intento pensar en otra cosa para que no se me haga eterno.

―¿Es verdad lo que le has dicho a Eva antes? ―indago―. ¿Lo de que has hecho trabajillos como modelo?

Rian asiente.

―Sí. Nada serio, catálogos, alguna pasarela y dos videoclips.

―¿De qué cantantes? ―curioseo.

―¿Quieres saber si salgo en calzoncillos? ―se ríe.

―Más que nada en el mundo ―declaro con una mueca burlona.

―Perversa.

―No lo sabes bien. ―Niego con la cabeza para mí misma. No sé por qué me meto en ese tipo de tira y afloja, no suele ser mi estilo. Rian me provoca a límites desconocidos hasta para mí misma―. ¿Por qué lo has hecho? ―me intereso, en un intento de cambiar el tema, que empieza a calentarse demasiado―. ¿Es que tus padres te han cortado el grifo?

No está cómodo con mi pregunta. Lo sé por la forma en la que observa la puerta de salida cuando prácticamente no me quita el ojo desde Boston.

―Me gusta actuar, me entretiene ―dice al fin.

Asiento, pensativa.

―No lo sabía, aunque ahora que lo dices, tiene sentido.

―¿Qué? ―se interesa girando la cabeza de vuelta hacia mí.

Fantasias Navideñas por Haimi Snown y Beca AberdeenWhere stories live. Discover now