Capítulo 9: Perseguida

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Michael condujo 15 minutos desde la puerta de Notting Hill hasta Chilworth donde dio la vuelta dentro de un callejón oscuro y de olor extraño, agrio.

Aparcó la motocicleta junto a un contenedor de basura que estaba afortunadamente cerrado y desmontó.

Reby, que podía ver mejor que nadie en la escasa luz, lo miraba con ojos brillantes y llenos de preguntas.

Michael le explicó que aparcaba ahí porque no confiaba en Billy y no quería estar a la vista mientras iba al cajero automático al otro lado de la calle.

—Espérame aquí, si ves que alguien sospechoso se acerca, grita con todas tus fuerzas. Si intenta cargarte aráñalo, pícale los ojos o patéale los bajos, lo que se te ocurra ¿de acuerdo? —se dio la vuelta y caminó hasta la banqueta, pero antes de cruzar, soltó una maldición entre dientes, regresó sobre sus pasos como si se lo hubiera pensado mejor y tomando a Reby de la mano la llevó consigo hasta el iluminado cajero automático al otro lado de la calle.

—No hagas contacto visual con nadie —dijo Michael mientras introducía una tarjeta en la ranura del cajero y Reby al instante desvió la mirada cuando él tecleó sus claves, se sentía entrometida pero Michael pareció no percatarse o no darle importancia a que ella viera información tan confidencial.

Aún con todo no pudo evitar echar un vistazo disimulado y engrandecer los ojos al advertir el llamativo grosor del fajo de billetes que le ofreció la salida del cajero.

Sorprendida, miró a Michael, luego al dinero, después otra vez a Michael. Fácilmente eran algunos cientos, incluso podían ser miles de libras. Nunca se le había ocurrido que él pudiera poseer semejante cantidad de dinero, posiblemente sólo era una fracción pequeña del total que seguía guardando en el banco, pero considerando que vivía solo en una modesta casita y no parecía darse más lujos que los que cubrían sus necesidades básicas, probablemente tuviera ahorros para llegar a los 30 años y darse una buena vida sin tener que trabajar nunca más.

Michael no se detuvo a contar los billetes, abrió su cartera y los metió rápidamente en ella, haciéndola demasiado abultada como para que fuera discreta. La guardó en un bolsillo interior de la chaqueta, tomó a Reby otra vez de la mano y regresaron al callejón oscuro.

Ella se montó de nuevo en la moto, pero Michael sacó su bolso de lona del maletero y se cruzó la correa por el pecho.

—No volveremos a andar en la moto.

Reby lo miró desconcertada.

—¿Por qué?

—Sígueme —le dijo mientras la ayudaba a bajar.

Lo siguió a lo largo de 4 cuadras; a aquellas horas de la noche aún había mucha gente transitando y en varias ocasiones la obligaron involuntariamente a separarse de Michael. Él caminaba con mucha prisa y como Reby era mucho más bajita que él, bajaba la vista constantemente para asegurarse de que le siguiera el paso. En algún momento ella se cansó de que por culpa de los transeúntes más lentos tuviera que separarse de Michael, así que lo resolvió tomándolo de la manga de su camisa, aunque su mano palpitaba desesperada por querer tomar la suya. Él debió darse cuenta de aquello o bien, sólo se percató de que tenía dificultades para seguirlo y buscó la mano de Reby con la suya.

La altura y los hombros anchos de Michael le facilitaban bastante abrirse el paso, en cambio Reby podía ser sencillamente echada a un lado como quien espanta un mosquito con la mano, pero de esa manera ya nadie podía interponerse entre ellos mientras caminaban a prisa.

Ella no se atrevió a preguntar a dónde se dirigían, pero no paraba de alzar la vista y mirarlo intrigada, estudiando su expresión taciturna mientras veía al frente.

Te quiero, pero voy a matarteWhere stories live. Discover now