Capítulo 4: La princesa vagabunda

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Las pupilas de Sebastian se encogieron al tamaño de la punta de un alfiler

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Las pupilas de Sebastian se encogieron al tamaño de la punta de un alfiler... si es que eso era posible.

Él se había quedado con la mano a medio camino de sostener la de Reby, ciertamente se veían ridículos así, como si fueran dos robots atascados en esa posición por falta de baterías.

Estaba tan tieso que Reby pensó que le había dado una embolia en todo el cuerpo. Finalmente dejó caer su mano contra el costado y sus párpados encontraron de nuevo la movilidad.

—Mí... ¿mi qué cosa? —habló, entornando sus ojos.

—¡Hey! —llegó de repente Allan, saludando en voz alta. Se interpuso entre ellos y sin previo aviso, tomó la mano de Sebastian, estrechándola con entusiasmo suficiente como para agitarle caso todo el brazo—. Allan, amigo de la dama aquí presente, hola, qué tal.

Reby y Sebastian no le había prestado ninguna atención. Éste último lo miró confundido, como si no supiera de dónde había salido, y menos había sentido su brazo siendo movido.

—¿Qué? —le dijo Sebastian a Allan, frunciendo el ceño con desconcierto— ¿Quién eres tú?

Allan miró a Reby, luego a Sebastian y otra vez a Reby. Evaluó sus caras y preció darse cuenta de la situación... bastante tarde.

—De acuerdo. Mal momento. Me voy.

—No —lo detuvo Reby alzando una mano—, quédate —y después se volvió a Sebastian —. Mira, lamento mucho la... impresión —hizo una pausa para escoger sus palabras y ésta vez su voz fue tremendamente amable, como alguien que trata de convencer con susurros a un gatito de que no le hará daño si se acerca—. No empezamos con el derecho. Soy Rebecca Gellar, tu prima segunda para ser más exacta.

Sebastian hizo una seña con los dedos, indicando que lo esperara un segundo y sin dejar de mirarla ni un segundo, se colocó su silbato entre los labios y lo hizo sonar. Las chicas a su cargo hacía rato que habían terminado de dar la vuelta a la cancha y estaban reunidas en un rincón cercano, cuchicheando sin dejar de lanzar miradas de soslayo a su entrenador. El sonido del silbato las hizo dar un respingo, como si el secretito que se compartían hubiera sido descubierto. Reby se fijó en que había cuatro chicos que no había visto antes, y no parecían interesados en absoluto en la charla femenina.

Sebastian se llevó las manos alrededor de la boca, haciendo un altavoz y gritó:

—Cinco minutos de descanso.

Las chicas se le quedaron viendo largo rato mientras él volvía a acercarse hacia Reby, y se dio cuenta de que no la miraban muy amistosamente sino con recelo, como si fuera una intrusa-roba-entrenadores-guapos.

—Vamos a sentarnos en las gradas —sugirió Sebastian, poniéndole suavemente una mano en la espalda para guiarla y Reby podría jurar que sus desarrollados oídos escucharon un <<Perra>> saliendo de la boca de una de las chicas.

Te quiero, pero voy a matarteOn viuen les histories. Descobreix ara