Capítulo 5. Un monstruo.

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Cuando Michael aparcó la motocicleta a un costado de la casa y ayudó a Reby a bajar, ella ya estaba pensando en salir corriendo para escapar

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Cuando Michael aparcó la motocicleta a un costado de la casa y ayudó a Reby a bajar, ella ya estaba pensando en salir corriendo para escapar.

Mientras él desataba las maletas del asiento trasero, Reby escrudiñó la fachada de la casa. Era alargada, de un solo piso y de ladrillos terracota flanqueados por enredaderas que reptaban hasta perderse en el ángulo del techo; las ventanas estaban cubiertas desde el interior con cortinas de un verde deslavado que en sus tiempos de gloria debieron presumir algún verde esmeralda. Dentro no parecía haber ninguna luz encendida, así que Reby supuso que Michael vivía solo o al menos no había nadie esperándolo.

—Listo, vamos —Michael sostuvo las cosas de ella con una sola mano mientras que en la otra llevaba un llavero con un par de tintineantes llaves.

Unas pequeñas escalinatas de madera crujiente conducían hacia la puerta y mientras Michael introducía la llave en la manija, Reby pudo escuchar resoplidos del otro lado de la puerta, podía oler a un perro.

La cerradura cedió tras un chasquido y con un pequeño empujón de hombro, Michael logró abrir la puerta. De inmediato, una extraña criatura parecida a un labrador con apenas pelo salió como una ráfaga a recibir a su dueño, pero en cuanto se percató de la presencia de Reby, el animal metió la cola, bajó las orejas y comenzó a gruñirle.

—Eh, calmado —lo reprendió Michael con voz firme.

Reby no le agradaba a ningún animal, y aquel perro no era la excepción, él parecía darse cuenta de la clase de persona que era; olía el peligro en ella. Lo miró a los ojos y los gruñidos del animal se agudizaron hasta volverse un lloriqueo.

Michael frunció el ceño.

—¿Qué te pasa Pimienta?

El perro entró a la casa corriendo con la cola entre las patas y se dejó engullir en la segura oscuridad de un cuarto.

—Discúlpalo, el no suele actuar así —dijo y luego oprimió un interruptor mientras entraba en el umbral de la puerta. La estancia a su espalda se iluminó y sostuvo la puerta para que Reby pasara, pero ella no se movía de donde estaba. Una pequeña farola colgante era lo único que derramaba luz al pórtico y esta marcaba duramente las sombras del rostro de la chica con un resplandor amarillento que la hacía lucir enferma.

—No está bien que me quede aquí.

Michael esbozó una leve sonrisa y abrió aún más la puerta.

—No será ninguna molestia, de verdad, vamos, entra —le dijo haciendo un ademán rápido con la mano para que entrara.

—Creo que no lo estás entendiendo —se bajó el cierre de la chaqueta hasta el cuello por si Michael no la escuchaba bien—, es peligroso que estemos en el mismo lugar nosotros dos solos.

«Sin que nadie te pueda salvar» agregó Reby en su mente.

Al oír esas palabras, Michael pareció sorprenderse y adoptó un semblante excesivamente serio.

Te quiero, pero voy a matarteWhere stories live. Discover now