Capítulo especial de Halloween

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—No mamá, no me voy a poner eso.

Negó Sebastian, formado una X con sus brazos y levantó una ceja cuando escuchó un grupo de risitas disimuladas a su espalda.

Decidió no darles importancia y dirigió la atención de nuevo a Sarah, su madre, quien seguía sosteniendo en alto y orgullosamente un ridículo, espantoso, horroroso y vergonzoso disfraz. En una mano tenía un felpudo traje de gato negro de una sola pieza, similar a la ropa de bebés, pero gigante, mientras que en la otra mano sostenía una diadema con orejas de peluche.

Sebastian se llevó una mano a la cara y se la estiró hacia abajo.

—Madre, en serio, ¿cómo se te ocurre?

A su espalda siguieron escuchándose risitas contenidas, pero una socarrona y estruendosa sobresalió entre ellas y Sebastian supo exactamente de quién era antes de girarse y fulminar a Michael con la mirada. A su lado, Ginger y Reby estaban al borde de un ataque de risa y la cara estreñida que estaba poniendo Sebastian no ayudaba en lo más mínimo a calmarlas.

—Deja de hacerte el digno, tienes que aceptar que te verás divino en ese disfraz —se mofó Michael, con la voz desarmada por la risa.

Sebastian estaba a punto de contestarle, cuando su madre rogó:

—Por favor Sebastian, eres el único que falta ¡todos nos disfrazaremos para Halloween! ¡Incluso tu padre!

Esta vez, fue Sebastian quien dejó escapar una risilla involuntaria, pero agachó la cabeza un momento para recuperar la compostura y luego volvió a mirar a su madre, se cruzó de brazos y sus bíceps resaltaron invariablemente. Hacía no mucho descubrió que había heredado aquella pose de su padre. Ambos la usaban cuando querían ser tomados en serio y funcionaba de maravilla pues nadie en su sano juicio osaba meterse con ellos, el efecto era igual para todos, excepto para Sarah Gellar.

—Solo dime una cosa: ¿no había otro disfraz? ¿Cualquier cosa menos esto? —inquirió él, apuntando la felpuda tela con una mano. De verdad quería reírse, incluso podría ponerse el ridículo disfraz y bailar la macarena ahí mismo para que todos estuvieran satisfechos, pero las circunstancias en las que su madre quería que se embutiera en aquella cosa ameritaban oponer resistencia.

Sarah rodó sus ojos azules.

—Sebis, creí que me estabas escuchando cuando te lo dije: ya no había de tu talla cariño, esto fue lo único que pude conseguir para ti.

—¿De qué se va a disfrazar Gregory? —preguntó Sebastian de súbito, por fuera como que no queriendo la cosa, pero por dentro quemándose de curiosidad.

—Conde Drácula.

Sebastian se giró hacia sus tres espectadores sentados en un espléndido y mullido sofá del salón de los Gellar y miró primero a su ahora esposa Ginger, quien dio un respingo y se llevó una mano a la boca para ocultar su sonrisa divertida.

Te quiero, pero voy a matarteWhere stories live. Discover now