Capítulo 10: Cautiverio

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Ginger se sintió aliviada cuando un viejo Mercedes Benz se apartó del lugar donde ella solía aparcar el auto. Aún le costaba trabajo aquella tarea de estacionarse y el lugar que encontraba más fácil para hacerlo era detrás del auto de Sebastian.

Ese día había aprovechado que las clases en la facultad habían terminado pronto para hacerle una visita sorpresa, pues él no la esperaba hasta después de las seis de la tarde.

Ginger llegó al pórtico, pero no llamó a la puerta, por supuesto que no. Aquello era una sorpresa.

Se deslizó un mechón de cabello detrás de la oreja y buscó el duplicado de las llaves dentro de su bolso.

Intentó abrir la puerta con cuidado de no hacer ruido, pero antes de poder empujarla unos centímetros, se atascó. Pronto se dio cuenta de que estaba puesta la cadena por dentro y no había forma de abrirla desde afuera.

Sebastian nunca dejaba puesta la cadena.

Desconcertada, cerró la puerta y dio un paso atrás con las manos en la cadera, evaluando la situación.

Tratando de no ser vista a través de las ventanas, rodeó la casa por un costado hasta llegar al pequeño jardín trasero. La puerta de la cocina no tenía cadena, de modo que le fue sencillo entrar y mientras cerraba con cuidado la puerta a su espalda, contempló el lugar vacío.

Ginger caminó despacio, tratando de amortiguar el ruido de las suelas de sus zapatos contra el piso de parqué y con creciente emoción se acercó al umbral de la sala...

Pero Sebastian tampoco estaba allí.

Sin importarle ya si hacía ruido o no, se dirigió a las escaleras y antes de subir inclinó la cabeza a un lado para captar cualquier ruido proveniente de arriba, la televisión, la ducha, la radio, pisadas, voces, respiraciones.

Nada.

No escuchó absolutamente nada. El vacío del silencio le producía una especie de zumbido dentro de los oídos.

—¿Sebastian? —lo llamó, subiendo lentamente las escaleras y su voz sonó muy invasiva al contraste con aquel silencio.

Mientras echaba un vistazo en el estudio, su mente comenzó a pensar en las posibilidades, primero en las tranquilizadoras: << Tal vez salió un momento a caminar >>, se dijo mientras empujaba la puerta del baño. << Tal vez aún no regrese de ver a Reby >>, se acordó, pues en la mañana él le había dicho que iría a buscarla.

<< Tal vez... >>, dejó el pensamiento a medias cuando abrió la puerta del dormitorio y lo primero que vio fue el detalle menos tranquilizador. Sebastian había dejado su móvil en la cama.

<< Tal vez se ha convertido >>

Con creciente preocupación, Ginger hizo una inspección más exhaustiva por la casa, paseando atentamente la mirada sobre la ducha, la bañera, el lavabo y el suelo del baño. Pero no parecía haber sido usado en un buen rato. En la cocina no había trastes sucios y el fregadero se encontraba totalmente seco.

Revisó debajo de la cama, las mesas, los muebles, la manguera del jardín... Nada estaba fuera de lugar; las llaves del auto seguían colgadas del perchero junto a la entrada principal; tampoco había señales de transformación, no había ropa tirada en el suelo, ni huellas felinas, ni humanas.

No había rastros de Sebastian, salvo su teléfono móvil.

Ginger comenzaba a asustarse. Regresó a la habitación y tomó el móvil sobre la cama en busca de actividad reciente y con total desconcierto vio que la ventana de mensajería estaba abierta, con el puntero parpadeando, listo para escribirle un mensaje que sería enviado...a ella.

Te quiero, pero voy a matarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora