Estaremos en paz

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Cuando volvimos de las vacaciones seguíamos siendo cuatro. Mi madrastra se había quedado en el burladero, colgada de los ojos siempre entornados de un torero de cuarta fila que toreaba en plazas improvisadas con carros, remolques y camionetas viejas. Ella se quedó en Málaga y del corazón de mi padre sólo la mitad llegó a Oslo, pero dentro de mí latía uno nuevo. El nombre de mi hija habría sido Elsa, el mismo que el de mi madre, muerta el día que yo nací.

Tardé tres semanas en darme cuenta del retraso. Lo achaqué al cambio de latitudes, al clima, a las muchas emociones. Luego estaba Pedro, el chico español del que me había despedido entre lágrimas escribía en aquellos tiempos hasta tres cartas por semana. Se las dirigía a Otto, no sé si por alguna costumbre del sur que aquí en Noruega no conocemos. Quizá mi padre le diera miedo. Le vio una única vez en el paseo marítimo. Aunque había muchos turistas altos y rubios, mi padre destacaba por su altura en todas partes. Pedro me dijo en su inglés dificultoso que no sabía si le recordaba más a San Nicolás o a un vikingo sediento de sangre y tesoros. Si le hubiera visto después habría pensado en un gran oso de peluche desmadejado. Así volvió de España y así le veía Otto, que no tenía más referente adulto que yo, a mis diecisiete años. A veces sorprendía a mi hermano mirando a papá con una mueca de desprecio impropia.

—Tú no eres así —me decía.— Nosotros somos distintos.

Nunca le prohibí leer mi correspondencia, que llegaba a su nombre, así que él sólo llegó a la conclusión, a través de las palabras de mi amor de verano, de que Pedro no le gustaba. Aunque yo creía que era porque nada español le gustaba ya desde que su madre nos abandonara por aquel torero de ranuras negras rodeadas de pestañas.

—Estás embarazada de ese.

Pedro se lamentaba de no poder hacer nada por mí. Yor problema is very difficult, escribía. Y tenía razón. Era un problema peliagudo y no había un solo adulto en aquel país helado al que yo pudiera acudir. Los días corrían y no podía cargar a mi padre con la muerte del primer nieto de su mujer difunta. Otto me acompañó con una rabia que yo confundí con determinación. No me consoló. Esperó en el cubículo que me habían asignado y, cuando salí, temiendo que algo malo hubiese pasado y no hubieran podido operarme, me puso los zapatos. La enfermera me aseguró que todo había salido bien, me indicó que reposase un día y que en el futuro tuviese cuidado.

Nuestro padre no estaba en casa cuando llegamos. Pasaba todo el tiempo posible en el laboratorio, donde nada le recordaba a España, a su mujer ni a la vida. Otto me obligó a meterme en la cama aunque no era necesario. Cerró las cortinas y me dio un beso frío en la mejilla.

—Me vengaré.

Tenía doce años, era un niño muy delgado, con los ojos grises del mismo color que el cielo tras la tormenta. A mí me duraban aún los efectos de la anestesia, estaba triste por Pedro, que me había dejado; por mi hijo, que ya no nacería; por mi padre desaparecido y por la vida, que enseña tan pronto las garras. Ni me imaginaba que mi hermanito, el dulce Otto, cumpliría su amenaza.

Volvimos a Málaga, los dos solos, seis años después. Él acababa de cumplir los dieciocho. Yo tenía veintitrés. Cuando nos despedimos en el aeropuerto, parecía que mi padre hubiera estado esperando el momento en que le dejaríamos. Al fin y al cabo sus dos mujeres le habían abandonado de uno u otro modo y nosotros éramos los hijos de esas mujeres ¿Por qué habríamos de quedarnos? No era así, claro, pero la playa soleada suponía el mejor escenario donde olvidar una vida aburrida en la que reinaba un invierno que parecía eterno. España era la misma que años atrás: un hervidero de sombrillas de colores y cuerpos enrojecidos. Yo sí había cambiado. Ya no era una chiquilla desgarbada con los brazos largos como el cuello de una jirafa. Cuando veo las fotos de entonces veo una mujer guapa, de belleza serena a pesar de la edad y huesos marcados. En las que sonrío se me ve radiante, el sol reflejado en una coleta muy alta.

Relatos detrás del espejoWhere stories live. Discover now