La herencia de Rodin

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- La tumba ha desaparecido.

- ¿Cómo que ha desaparecido?

La directora suspiró, llena de condescendencia, pero accedió a ofrecerles una explicación.

- Es posible que no hayan visitado el centro con anterioridad, pero deben saber que, hace unos años, se llevó a cabo una modificación sustancial. La nueva ala del edificio se construyó sobre el antiguo cementerio.

Esa noche la sobrina más joven no durmió. A veces, durante las horas de oscuridad, la luz le jugaba malas pasadas al deslizarse sobre el papel pintado de su cuarto. Los faros de los coches en la calle, las nubes que cubrían y descubrían la luna, componían sombras curiosas sobre sus paredes iluminadas a medias. A menudo sacrificaba el sueño para contemplarlas igual que otros se tendían sobre la hierba fresca para buscar significado a las nubes.

Se preguntó si esa manía suya sería suficiente para confinarla en caso de que se descubriera. Igual que habían encerrado a su tía.

Una mujer increíble su tía, desgarrada. Una mujer capaz de arrancarle a la piedra, al mármol, las mismas emociones que a ella le arrancaban la vida. En manos de su tía la roca se hacía amor, desesperación y mordedura. En manos de sus cinceles, la piedra cobraba una vida que quizá no habría deseado. A lo mejor por eso comenzó a destruir su obra con la misma insana pasión con que la había creado.

Un automóvil errático, conducido tal vez por un borracho, trazó una curva repentina desde su perchero hasta el lateral de su armario. La habría gustado pintarla: una línea tosca, gruesa, como de parvulario, de un bonito color anaranjado que dejara transparentar el estampado floral del papel. Lo haría si fuese su casa y no tuviese que dar explicaciones. No había explicaciones para su familia.

En su familia los hombres debían dedicarse a profesiones serias y las mujeres debían dedicarse a sus maridos. Aunque las mujeres de su familia fuesen tan buenas como los hombres. Tan buenas que esos hombres se apropiaran del trabajo de sus mujeres ¿Cómo no volverse loca cuando no eres nadie? Ella misma no era nadie: la sobrina más joven de una escultora loca de amor, enamorada de dos hombres casados, crecida a la sombra de un genio, marchita en un manicomio.

¿Loca de amor o solo loca? Gritó mil veces que su ex amante le robaba las ideas y quería matarla. La internaron con manía persecutoria, pero su madre nunca dejó que le dieran el alta. Quizá la historia de la persecución no fuese una manía. Quizá destruyese sus esculturas, sus bocetos para que nadie se los robase. Quizá siempre estuvo cuerda. Como todos esos otros, todas esas otras, que sacan de su cabeza los monstruos para que no se la conviertan en una jaula de grillos.

- ¿Conociste a la abuela?

- ¿A su madre?

- Sí, a la madre de la tía y de papá.

- La vi unas pocas veces, pero no. No la conocí en realidad.

- ¿Por qué crees que no la dejó salir?

- ¿La habrías soltado tú?

- Los médicos lo aconsejaban.

- No lo sé. Habría salido y no habría encontrado nada. No tenía oficio, la abuela no la habría mantenido. No sé. No habría sido capaz de sobrevivir.

- ¿Me encerrarías a mí? Yo no tengo más oficio que escribir. Me gustaría pintar, pero esta casa está llena de paredes que no son mías, así que solo escribo.

La hermana mayor miró a la más joven con una mezcla de temor y enfado.

- Lo dices para molestarme.  Hay algo de mí que no te gusta y quieres justificarlo así.

- No, no. De verdad.  Sólo quiero saber si me encerrarías para siempre. Si cayese enferma y al recuperarme no supieras qué hacer conmigo. Si destruyese todos mis manuscritos ¿te desharías de mí?

- ¿Y tú de mí?

- Yo habría soltado a la tía. Y no te encerraría a ti.

- ¿Por qué no?

- No creo en los locos. Sé que hay personas que no se portan como las otras, pero no creo en los locos. Son esas gentes raras las que escriben música, las que pintan cuadros.

- No todas ellas. Hay locos que se hacen daño a ellos mismos sin crear nada bello que lo justifique.

- Quizá no comprendamos la belleza del dolor.

- Y hay locos que hacen daño a otros.

- Quizá esos otros lo merezcan.

- Eres monstruosa ¿Cómo puedes decir eso?

- No lo sé. No sé lo que esos locos piensan, ni lo que saben. Solo se lo que pienso yo, lo que sé. Y a veces haría daño a algunas personas. No lo hago. Escribo. O te atormento con conversaciones como esta. Pero no hacerte daño no quiere decir nada. Solo que quienes lo hacen actúan según su primer impulso y yo hago caso al segundo.

- A lo mejor sí estás loca.

- A lo mejor la loca eres tú. Has parido dos hijos con dolor.

- Es distinto. Ese sí es un dolor bello.

- Yo no lo comprendo. No comprendo la belleza de ese dolor.

- Yo no comprendo ninguna belleza en ti.

- No importa. Si ves la belleza de las esculturas de la tía, verás la belleza de mis obras y entonces verás la belleza en mí.

- No, no la veré.

- Tú no la habrías soltado tampoco.

- Si es lo que quieres oír, no. No la habría soltado.

- Para salvarla.

- Sí. Para salvarla.

- Un día me explicarás por qué algunas personas creen que pueden salvar a otras. Me marcho al museo.

- Es caro. Ya estuviste ayer.

- Es lo único que queda de ella. Voy a verla.

- ¿Volverás para la cena?

- Claro que sí.

- ¿Pediremos cuentas al manicomio?

- Era su cementerio. No hay de qué pedirlas. Pero podemos exhumar el cadáver de la abuela y construir encima una caseta para el perro.

- No tenemos perro.

- Entonces…

Relatos detrás del espejoWhere stories live. Discover now