Capítulo 3

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III

Mi resolución de integrarme a los demás Índigos se debilita en cuanto nos subimos al elevador. No puedo dejar de morderme las uñas. Si sigo como voy me quedaré con los dedos en carne viva.

—Tranquila. Andas conmigo —me dice Reed al notar mi nerviosismo.

La verdad es que no me sorprende que se haya dado cuenta. El miedo se me sale por los poros. Estoy segura de que lo puede hasta oler. «Tranquila, Ally, tranquila.»  Respiro hondo, repitiendo la operación varias veces, en un intento por controlar el enjambre de mariposas que revolotea por mi estómago. La técnica falla miserablemente. No puedo dejar de pensar en el peor de los escenarios, lo cual me hace querer presionar el botón de regreso.

Los deseos de huir aumentan según nos acercamos a nuestro destino, al punto que comienzo a hiperventilarme. Reed agarra mi mano libre, estrechándola con delicadeza mientras dice:

—Todo va estar bien. Deja de preocuparte.

«Eso es lo que intento», pienso malhumorada. Me molesta que minimice mis sentimientos. Este es un cambio drástico; me aterra no dar la talla. ¿Y si no me aceptan? ¿Y se burlan de mí? Bastante tuve de eso en Olimpia. No quiero que la historia se repita.

Mi corazón deja de latir por una fracción de segundo cuando el elevador se detiene y las puertas se abren. Reed me da un empujoncito para que salga, dado que mis piernas no se quieren mover.

Me cuesta creer que estemos varios pies bajo tierra. El lugar es enorme, me recuerda a los patios interiores que he visto en algunos museos. Bancos de hormigón se disponen alrededor de una plazoleta, donde un grupito de Índigos conversa animadamente.

Camino junto a Reed sin mirar a nadie. Quizá así logre pasar desapercibida. Me fijo en la  placa de mármol que se levanta al pie de las escalinatas de la plaza,  la cual tiene grabada una especie de emblema. De lejos parece un ojo, mas cuando me acerco lo suficiente, me doy cuenta que se trata de un círculo dentro de un rombo rodeado por dos lunas menguantes. Debajo del símbolo hay una frase —tallada en letra cursiva— que lee: Por los caídos. 

El monumento me da tanta curiosidad que estiro la mano para tocar el grabado. Reed me detiene de inmediato, agarrándome la muñeca.

—No puedes tocarlo —me dice en voz baja, halándome en dirección opuesta como si yo fuera una nena chiquita—. Él monumento es sagrado para nosotros. Lo construimos en honor a los que murieron a manos de Índicum.

—Lo siento. No sabía —le contesto, a la vez que dejo que me guíe lejos de la plazoleta.

 Mientras nos alejamos, trato de ignorar la sensación de incomodidad que me provocan las miradas de los allí presentes. «Bien hecho, Alison, ahora sí que has llamado la atención.»  

Ni bien pienso eso, una voz femenina irrumpe en mi mente, imponiéndose sobre los demás pensamientos que escucho.

«Niña tonta.»

Me vuelvo y busco con la vista a la mujer que me habló. Nada, ni rastros de ella. Es entonces que me doy cuenta de algo que no había considerado: Reed y yo no somos los únicos que tenemos este poder. Desde ese momento subo mis barreras, pues no quiero a gente extraña hurgando en mi cabeza.

En eso Reed me agarra por el brazo, obligándome a prestarle atención.

—No dejes que vean tu miedo. Ven —me susurra, guiándome  hacia uno de los pasillos.

Me mantengo callada el resto camino, sosteniendo el asa de mi valija con tanta fuerza que los nudillos se me ponen blancos. Los ojos curiosos de los demás me perturban, por lo que evito hacer cualquier tipo de contacto visual. La base es un laberinto. Reed va a tener que hacerme un mapa, porque dudo mucho que pueda recordar cómo llegar al elevador.

The Exiled [Dangerous Minds 2]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ