Capítulo 10

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X

Jamás pensé que la simple acción de sentir el aire fresco golpearme el rostro me provocaría tanto placer. Mientras Reed conduce a saberme Dios dónde, saco la cabeza por la ventana, disfrutando de la brisa que me revuelca el cabello y del olor a hierba húmeda que se cuela por mis fosas nasales. El aroma me intoxica, me hace pensar en un cielo abierto por el que aves de distintas especies revolotean libremente.

El sonido de los neumáticos y el traqueteo de la camioneta me indica que conducimos por una vereda de tierra. Reed no ha dicho ni una palabra, aunque me lo puedo imaginar observando mis reacciones con una sonrisa en sus labios.

No sabría decir cuánto nos hemos alejado de la base. En realidad no importa si estamos lejos o cerca. Lo importante es que al fin salí de sus asfixiantes paredes.

 La camioneta se detiene de súbito, haciendo que el cinturón de seguridad se entierre en mi piel.  Escucho a Reed abrir y cerrar la portezuela del lado del conductor. Espero en mi asiento, ansiosa por salir del coche.

—Apóyate en mí, debemos caminar un poco —dice él, al tiempo que me ayuda a bajarme.

En cuanto mis pies tocan el suelo, siento la textura blanda del terreno. Ah, hubiese querido llevar sandalias, para quitármelas y enterar los dedos en la hierba. Doy unos cuantos pasos, y enseguida me tropiezo con algo que no puedo identificar.

—Creo que es mejor que me quite la venda —digo como quien no quiere la cosa. La tela comienza a molestarme y estoy loca por abrir los ojos y ver el paisaje.

—No, arruinarás la sorpresa. Ven, yo te cargo. La distancia no es tan larga.

Ya lo permití una vez y no volverá a pasar. Puedo caminar sola, no necesito que me carguen como a una niña. Abro la boca con la intención de oponerme, pero Reed, como siempre, tiene otra idea. El muy maldito pasa sus brazos por la parte de atrás de mis rodillas y me sube a su espalda.

 —Sujétate bien.

Mi reacción es inmediata.

—¡Qué haces, bájame! —le exijo sin soltar su cuello; no vaya a ser que me resbale y caiga patas arriba en la tierra. Eso me causaría mucho dolor, por no mencionar que sería muy vergonzoso.

—Alison… no… tan fuerte. —Escucho su voz ahogada.  

Entonces me doy cuenta de que casi lo estoy estrangulando.

Aflojo los brazos y me inclino un poco hacia adelante, de modo que mi cabeza queda refugiada en el espacio entre su oreja y su hombro. La calidez que emana su cuerpo junto con su esencia masculina logran calmarme, al punto de que ni me doy cuenta cuando llegamos a nuestro destino.

Reed me baja y me quita la venda con lentitud desesperante. Mis ojos tardan un poco en ajustarse a la penumbra.  Me llevo la mano a la boca. Esto es realmente hermoso. Desde la altura de la montaña se distingue un enorme lago, en el cual se reflejan decenas de luces rojas y anaranjadas que parecen moverse con la brisa nocturna. El cielo tiene matices violetas, naranjas y azules, y un manto de estrellas se extiende hasta el horizonte.

—Le dicen el anillo de fuego —me explica Reed—. Una vez al año, cientos de descendientes de las tribus de indios norteamericanos encienden antorchas alrededor de la orilla del lago para agradecer a los dioses por la paz y abundancia.

—Wow. Es increíble —digo sonriéndole.

De pronto una brisa fría me lame la piel, estremeciéndome. Me abrazo el vientre, en un intento por conservar el calor de mi cuerpo. Si hubiera sabido me habría traído un abrigo; el material fino de mi camiseta de algodón no es suficiente para calentarme. Parece que Reed lo nota, porque se quita la chaqueta y la coloca sobre mis hombros.

The Exiled [Dangerous Minds 2]Where stories live. Discover now