Capítulo 18

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 XVIII

Huele a desinfectante. Reconocería ese olor a leguas de distancia. Me crié olfateándolo. Mamá siempre parecía impregnada en ese aromal estéril, por más perfume de gardenias que se aplicara. Arrugo la nariz y tuerzo la boca. El mundo da vueltas debajo de mis párpados, los cuales son atacados implacablemente por la claridad.

Los despego con esfuerzo sobrehumano y encuentro un escenario que no me sorprende en lo absoluto. Alguna una vez juré que me cortaría las venas si volvía a ser encerrada en las cuatro paredes de un hospital, pero hoy me alegro como nunca de despertar en esta cama, de sentir las ásperas sábanas raspar mi piel, de poder disfrutar de la calidez de los rayos de sol que entran por la ventana.

Espera un momento. ¿Ventana?  En la base no hay ventanas, es subterránea. Estiro el cuello dificultosamente, aún tendida sobre el duro colchón. Aparatos con luces parpadeantes flanquean mi cama, la única en el cuarto. Intento levantar el brazo,  movimiento que me provoca un intenso dolor en el costado.

Las memorias regresan a mí de un tirón; se reproducen en mi mente como fotografías instantáneas. La sonrisa del pequeño Nathan, nuestra fuga de la base, la traición de Josh, el cuchillo clavado en mi vientre, las palabras de Reed… En la boca puedo paladear el distintivo sabor de mis lágrimas saladas. «¿Dónde están todos? ¿Qué paso con los proscritos?», me pregunto agobiada.

—Cariño, ¿por qué lloras? —Vuelvo la cabeza hacia a la voz, la misma que llevo escuchando desde antes de nacer. «¡Mamá!» La felicidad de por fin verla de frente, sana y salva, sonriéndome con calidez y dulzura, sobrepasa mis otras emociones—. ¿Te duele la herida?

—Un…un poco —miento, tratando de no arrugar el rostro al sentir las ardientes punzadas en el costado. No quiero que me droguen. Quiero estar consciente para disfrutar de los cuidados de mi madre, aunque sea por un solo día.

—¿Estás segura? Podría inyectar un analgésico en tu suero.

Le respondo con un asentimiento de cabeza. Jamás pensé que hablar me dolería tanto.

—De acuerdo. Si cambias de opinión me lo dejas saber —dice,  a la vez que saca un termómetro de su bata—.  A ver.  Abre la boca.

Mamá retira el termómetro para leerlo. Después hace unas anotaciones en mi expediente. La observo con mucha atención; grabo en mi mente cada gesto, cada línea de su hermoso rostro.

—Tu novio está en la sala de espera. Le diré que despertaste y que ya  puede visitarte —me dice mientras me dirige una mirada de complicidad.

Sonrío con tristeza. Reed siempre le gustó para mí.

—Gracias…—respondo y hago una pausa, apenas refrenando los deseos de llamarla mamá.

—Susan. Puedes llamarme Susan.

—Susan —repito en un susurro.

Pronunciar su nombre de pila se siente tan extraño. Nunca en la vida la había llamado así.

Mamá me sonríe, lo cual abre la herida más grande que poseo. Aquella que ni el pasar de los años logrará borrar por completo.

—Iré a ver otros pacientes. Si me necesitas, aprieta el botón  junto a la cabecera.

La observo marcharse con ojos llorosos. En la base no hay botones junto a las cabeceras de las camas.

A las dos de la tarde Reed se aparece en el cuarto. Su ojo se ve mucho menos inflamado, aunque todavía lo tiene rodeado por un cardenal. Me pregunto cuánto tiempo llevo aquí.

—Tres días —contesta él mi pregunta.

 Por lo visto leyó mi mente. Mejor, así no tengo que hablar tanto.

The Exiled [Dangerous Minds 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora