3. Diamante, fuego y presión

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La caravana de los héroes estaba atravesando un pequeño desierto, se habían reunido en un pueblo ya lejano convocados como mercenarios por un viejo ricachón, para encargarles la misión de eliminar una criatura que molestaba una tranquila villa vecina. Pero cuando acudieron al llamado se dieron cuenta de que el viejo ricachón no era un viejo cualquiera, era un gran hechicero, famoso por desterrar algunos poderosos demonios de la tierra; que la criatura que debían eliminar era nada más y nada menos que Goliat, un gran gigante de las montañas; que la villa vecina al que tenían que viajar no era tan "vecina" y que la recompensa era muchísimo más de lo que esperaban.

—Creo que no están muy acostumbrados a luchar —dijo de pronto Master mientras se quitaba la capucha de una capa negra, con algunas costuras sueltas por el uso, que le envolvía el cuerpo. Por debajo vestía ropa de cuero oscuro con una media docena de cadenas, cuyo eslabones tenían formas inquietantes rodeándola en algunas zonas como el muslo izquierdo, un gran libro viejo con las páginas amarillentas colgaba de su cintura y unas botas de cuero desteñido y desgastadas de tanto andar  —, deberíamos detenernos para que entrenen un poco, Goliat no es un enemigo común.

El grupo no había reaccionado aún, no entraban en cuenta que estaban en una carreta a mitad del desierto. Swordman sabía que todo lo que lo rodeaba era producto de su imaginación, pero aún así estaba realmente sorprendido por el poder de las palabras de la chica que acababa de conocer. El primero en levantarse fue Hugo, al inclinarse notó que tenía una lanza reposando en su hombro que casi cae al perder el sostén. La sujeto en el aire, se dio cuenta de que era más pesada de lo que podría haberse imaginado. Se tomó un par de segundos para admirar la madera lisa con unas runas talladas casi en la punta, la cual daba lugar a una enorme ponzoña de acero. Salió del carruaje y salto mucho más alto de lo que lograría hacerlo en su vida normal, comenzó a gritar de la emoción, estaba a unos seis o siete metros de altura, sentía como si estuviera volando. Pero no supo aterrizar e impacto contra el suelo arenoso haciéndose un daño tremendo; sentía que se había roto unas cuantas costillas, su emoción se había desvanecido para ser reemplazada por un dolor que nunca había sentido.

—Sé que pueden estar emocionados por sus nuevas habilidades, pero les pido que tengan cuidado... si mueren... —explico un poco temerosa Master sin ser capaz de terminar la oración, dejando de dirigirles la mirada.

Cleric abandonó la carreta y avanzó hasta el agonizante chico, dejó su enorme maza de hierro reluciente en el suelo y extendió sus brazos tocando el pecho del herido con las palmas de su mano. Recito muy suavemente lo que parecía un poema y sus manos comenzaron a desprender una luz azul blanquecina. Dragoon se levantó, ya no sentía dolor, pero apenas con recordarlo se descompensó completamente.

—Gracias... —comento Dragoon atónito mientras se sobaba la armadura rojiza.

—No hay de que... para eso estoy aquí —dijo Cleric con una sonrisa en el rostro, mientras hacía como si se secara el sudor con la manga de su capa, blanca con bordados rojo fuego.

—Bueno, ya veo que la selección del gordo fue de ayuda, si hubiera sido un Berserker hubiéramos tenido que dejar a ese chico tirado en el desierto —comento Rogue que aún estaba en el carruaje, sin levantar la mirada de su daga, solo lo escucharon Swordman y Archer que le dirigieron una mirada de repugnancia.

—Estuviste cerca... —le dijo preocupado Swordman a Dragoon cuando este último logró alcanzar la caravana.

—Es interesante poder hacerte daño y que se te curen las heridas tan rápido... —rió —pero no es divertido el dolor tan intenso que sientes...

—Mis poderes no están tan desarrollados como para curar cualquier herida, unir huesos es fácil, pero ten más cuidado —le comento Cleric mientras los demás se desmontaban de la carreta.

La Balada de Omega: Primeros AcordesWhere stories live. Discover now