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Hugo se distrajo unos segundos viendo el manojo de llaves que sostenía con su mano derecha, sabía que al abrir la puerta de su apartamento era muy seguro que recibirá un gran sermón. Se imaginaba a su madre sentada en la sala con la lámpara encendida, viendo hacia la puerta, esperándolo, como en las películas. Estaba agradecido con la madre de Sara, que les había llevado a sus respectivos hogares. Al parecer Master no se mostraba muy feliz de que les haya revelado su verdadero nombre.

"Tres y media de la madrugada..."

        Finalmente se decidió e introdujo la llave en la cerradura. Abrió la puerta.

Su madre estaba en la sala sentada en dirección a la puerta, pero al contrario que en su imaginación, estaba dormida. Era normal que la mayoría del tiempo fuera así, culpa de su padre, que se la pasaba al menos cuatro noches a la semana en algún bar o alguna tasca con sus "Colegas de Tragos", como él les llamaba en sus infinitas discusiones que ocurrian cada vez que el llegaba tarde, es decir, siempre. "Le das mal ejemplo a nuestro hijo", "Llegaras tarde al trabajo y arruinaras tus oportunidades de éxito", "¿Por qué te demoraste tanto?"... cosas así eran sus argumentos, que su padre olvidaba al otro día gracias a los efectos del alcohol.

        Trató de caminar silenciosamente para no despertarla. Y llegando al pasillo que conectaba la sala con los otros cuartos, la luz de la lámpara se encendió.

        —Humbert... ¡Hugo! —exclamó su madre con un tono eufórico —. Ya tenía suficiente con esperar a tu padre, ¿Ahora también tengo que preocuparme por ti?

        —Tra-Tranquila madre... —respondió el chico intimidado —Es... es primera vez...

        —¿Y crees que eso lo hace menos preocupante? ¡Tienes 14 años hijo! ¿¡Que hacías tan tarde fuera de casa!? ¡Son las cuatro!

        —Bueno, realmente son las tres y medi...

        —¡No me respondas! ¡Qué falta de respeto! —lo interrumpió, no se necesitaban las palabras para demostrar lo enfadada que estaba, sus gestos lo hacían por si solos. Hugo detestaba eso, no se podía entablar una discusión decente con su madre, todo intento de diálogo de parte de él era interrumpido con frases de ese estilo —¿¡Dónde estabas!?

        —E-Estaba con Mica...

        —No puede ser, ¿arrastraste al bueno de Mica en esto? ¿Qué pensará ahora su madre?, y ¿También estabas con Catherine cierto?... ¡Su madre llamó muchas veces!

        Hugo no artículo ninguna palabra.

        —Eres una pésima influencia para los que llamas "amigos"...

        Ese último comentario de su madre se clavó en su pecho, como un filoso cuchillo recién pasado por el fuego de una estufa.

        —Madre... me voy a dormir... —culminó mientras sacudía la cabeza, cabizbajo, rendido.

        —Por favor hijo... no seas como tu padre... —dijo la mujer con un tono triste.

        Hugo comenzó a caminar por el pasillo lentamente. Llegó a la primera puerta y la abrió para entrar a su habitación, mientras la cerraba tras de sí escuchó a su madre comenzar a sollozar. Se sentía encolerizado.

        La habitación de Hugo tenía todas las paredes cubiertas por poster de bandas de rock o metal, justo al entrar se observaba uno que cubría media pared con el motivo de un muro de ladrillos blancos y en el centro de este se podía leer "The Wall", a Mica y a él les encantaba ese poster. Hugo se quedó viéndolo un rato, tenía tiempo intentando romper ese muro que lo había encerrado por tanto tiempo... pero su madre se lo recordaba cada vez que hacia algo que no obtenía su consentimiento. El chico se acercó a un estante repleto de discos y pasó el dedo por el lomo de la caja de cada uno de ellos, estaban ordenados alfabéticamente. Arctic Monkeys, The Beatles, Children of Bodom, Foo Fighters,  Iron Maiden, Judas Priest, The Killers, Lamb of God, Metallica, Megadeth, Mago de Oz, Nirvana, Pearl Jam, Poison... detuvo su mano en uno de los discos de Pink Floyd, The Divisions Bells... escucharlo siempre le ayudaba a dormir. Abrió la caja, sacó el disco y lo puso en un reproductor algo viejo. Le encantaba como sonaba, le parecía mucho mejor que cualquier corneta actual. Un par de segundos después comenzó a reproducirse la primera canción.

Comenzó con un ruido de fondo hasta el segundo cincuenta y seis, cuando llegó a escena un sintetizador y se sentó en el fondo de la habitación, su sonido hizo que se ruborizaba, de pronto se comenzaban a presionar delicadamente las teclas de un piano solitario y entraban los acordes, suaves y lujuriosos, de una guitarra que parecía saludarlo, anunciándole que ya no estaba solo. Éste, al escucharlo, se alegraba y comenzaba a sonar más fuerte. Iniciaron a hablar entre ellos, tímidamente uno le respondía al otro hasta que el piano se atrevió a invitar a bailar a su nueva compañera. Cuatro minutos y cincuenta segundos después se escuchaba de fondo una batería y un bajo que guiaban sus pasos, los pasos de un baile que estimulaba el alma, la armonía entre los instrumentos comenzó a fundirse... y se hizo el silencio. Hugo estaba en su cama, acostado viendo el techo, comenzó la segunda canción, estaba meditabundo.

       Si había algo que su madre pudiera hacer para lastimarle era recordarle su pasado, y lo hacía cada vez que podía. Hugo conoció a Mica desde muy pequeño, pero realmente no eran amigos hasta hace un año y medio. Siempre se había caracterizado por ser un chico irrespetuoso e irresponsable, constantemente tenia problemas en el colegio y en su casa, no le importaba nada; su padre nunca estaba para hablar con él y por eso lo detestaba, el sentía que ni lo tenía. Lo único que le importaba en esos tiempos era encerrarse en su cuarto a escuchar música. Un día, a sus doce años, sus padres estuvieron a punto de divorciarse y Hugo sintió que esa ausencia era más real que nunca, lo cual lo hizo sumergirse en una terrible depresión. Tuvo unas semanas sin hablar con nadie, solo se quedaba en una esquina viendo con desprecio a todos sus compañeros, detestaba que ellos tuvieran una vida estupidamente feliz y él estuviera viviendo algo que no merecía, él no tenía la culpa de que sus progenitores hayan cometido malas decisiones, y aun así sufría las consecuencias. Esa navidad, como en todas las navidades, en su salón hicieron un intercambio de regalos entre los alumnos, y como cada año, él se negó a participar. El día del intercambio Mica se le acercó y le dio un regalo; resulta que una compañera, Catherine, lo había incluido en la lista. Hugo no quería aceptar el regalo del chico pues no tenía nada para él, pero este insistió diciéndole "No importa, no tienes que dar un regalo para que te den otro..." eso le marcó, y desde ese entonces comenzó a ver al chico como un amigo. Al llegar a su casa y destapar su regalo se dio cuenta que era un disco, de una banda de la que había oído hablar pero nunca se intereso en escuchar su música, The Wall de Pink Floyd. Ese disco le cambió drásticamente la forma de ver la vida. Se sentía como el protagonista de los temas, perdido en los problemas de su existencia, que lo encerraban como un gran muro y no lo dejaba disfrutar de lo que había a su alrededor, y decidió destruir ese muro. Poco tiempo después comenzó a estar con Mica y Cat, ya no se sentía desdichado, quizás podría hasta decir que se sentía feliz...

        Hugo se durmió.

La Balada de Omega: Primeros AcordesWhere stories live. Discover now