8. Reencuentro de almas, el desenlace de una historia

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"Mátala, mátala, mátala..."

Mica despertó. Cada vez que se dormía soñaba con la misma figura escalofriante, que repetía incesantemente esa maldita palabra. No sabía a qué se refería, y mucho menos el motivo, pero sí que lo estaba atormentando. Al principio fue incertidumbre, que luego fue suplantada por una extraña incomodidad, la cual, más pronto que tarde, se convirtió en pánico. Tenía miedo de cerrar sus ojos, ya no podía aguantar esa terrible voz.

Eran las tres y media de la mañana. Se levantó, y mientras lo hacía se generó un chirrido molesto, detestaba las camas escandalosas de la cabaña de su padre; aunque en realidad todo en ese lugar era viejo y ruidoso. En especial tenía una aversión hacia la buhardilla que era su habitación que antes servía como un ático, razón por la que se encontraba llena de cajas selladas y otros objetos cubiertos de polvo.

Caminó hacia la ventana y la cerró, para así evitar que el viento helado de la montaña entrara y continuara enfriando la estancia. Observó el cuarto tratando de decidir qué hacer, no quería volver a dormir, pero tampoco podría quedarse viendo el techo lleno de telarañas, estaba a unos cuantos kilómetros de sus videojuegos, y la laptop que le había prestado su padre no recibía internet en ese lugar. Recordó inmediatamente lo sucedido la tarde del día anterior, el cómo Sara interrumpió a Rosa, como una jovencita impertinente le lanzó una lata en la cabeza y el regaño que le dio ésta cuando se enteró de que no podría realizarse una sesión el fin de semana. Especialmente le vino a la cabeza la dirección de correo electrónico que le entregó la chica pelirroja para que le enviara la historia de Karo al completarla. Mica se aproximó al escritorio, se sentó en una polvorienta silla y procedió a encender la laptop para terminar de escribir.

Mientras el computador encendía no pudo evitar pensar en Cat, por la interrupción de Sara no pudo verla en el receso y luego no la vio volver a clases. Hugo tampoco sabía nada de ella. Todos sus pensamientos que se esfumaron cuando el sonido de las teclas, al ponerse manos a la obra, inundó la habitación.


Karo se quitó la capucha al resguardarse de la lluvia bajo un enorme puente de piedra, que daba hacia la entrada de la tenebrosa y formidable fortaleza, hacía un frío tremendo allí fuera, producido por el torrencial invierno que azotaba las antes secas tierras de Septondra. Dejó la capa a un lado, al igual que la bufanda que usaba para cubrirse la cara, ya no la necesitaba, se aseguró de que nadie lo identificase mientras se acercaba y ahora tenía que estar listo para cualquier combate.

Comenzó a tantear la pared, buscando el pasadizo del que le había hablado el informante que encontró su hermano, pero eran puras piedras frías y húmedas, no estaba acostumbrado a esa sensación, le parecía repulsiva. Quince pasos más allá no se notaba la temperatura del ambiente, y en su lugar se comenzó a sentir una calidez acogedora, tanto, que al cazador le dio ganas de abrazarse a ellas y no despegarse hasta lograr olvidar el terrible clima que lo rodeaba, pero esto tambien sirvio para saber que la entrada se encontraba cerca. No logro dar ni un par de pasos más y encontró unas piedras flojas. Retiró una delicadamente para poder observar hacia adentro de la edificación y una ola de vapor escapó del agujero, tenía enfrente la sala de calderas, eso explicaba el porqué de la abrumadora diferencia entre las temperaturas. No podía esperar por entrar y dejar el frío invernal atrás, pero debía ser precavido.

Fue quitando las piedras una a una, lentamente, y cuando pasó, intentó reconstruir la pared por si algún guardia se daba una vuelta por allí, aunque extrañamente no había visto ninguno aún.

La sala de las calderas sólo tenía eso, tres grandes calderas y una montaña de carbón, pero nadie trabajando en ella. Subió por las escaleras y llegó a la sala de baños, la cual también estaba vacía. Prosiguió por la sala de guardias, la cocina, el comedor... todo vacío, era espeluznante. Pensó que le hubiera gustado más que las salas se encontrarán repletas de guardias a que todo estuviera desalojado, le daba mala espina. Avanzó por un pasillo que acababa en el salón principal y ascendió por una de las escaleras que se ubicaban a cada extremo. Observó lo que parecía ser la sala de estar del segundo piso, no tenía siquiera un mueble. De pronto escucho una puerta abrirse e inmediatamente cerrarse de golpe en el piso que acababa de abandonar, tomó rápidamente el mango de su espada, todo su cuerpo se tensó y se puso en posición de batalla, agudizó sus sentidos, esperando cualquier emboscada... nada sucedió. Un par de segundos después decidió investigar.

La Balada de Omega: Primeros AcordesHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin