Capítulo 39

186K 7K 13.1K
                                    


Contemplé a mi rubia por varios minutos o quizá fueron horas, no lo sé. Miles y miles de plegarias pasaban por mi mente. Agradecía infinitamente que no la hubiera tocado o estaría rumbo a la cárcel por homicidio. Contantemente llevaba su mano a mis labios y la dejaba ahí por unos segundos. La tenía conmigo, sana y salva. En algún momento comenzó a ganarme el sueño y me quedé profundamente dormida con su mano entre las mías.

Regresé a la consciencia cuando alguien jugaba con mi cabello, inmediatamente abrí los ojos y vi a Ana con ojos llorosos. Me recompuse y me senté en la cama tan rápido como pude, se arrojó a mis brazos y lloró a mares. No me contuve, lloré con ella de alivio, de ira, de coraje, de dolor, de todo lo que nos acompañó en las últimas horas. Por fin todo había terminado; ahora la tenía en mis brazos y por nada del mundo la dejaría ir.

Besaba su cabellera dorada buscando transmitirle paz y esperando que esto la calmara aunque necesitaba el desahogo. Su agarre sobre mí nunca aflojó creo que se hizo más fuerte con el tiempo. Con sumo cuidado tomé su rostro entre mis manos; quité unos cuantos mechones rebeldes que se habían pegado a su mejilla y limpié su rostro.

-Se acabó, Anita- sollozó más fuerte y buscó de nuevo mi pecho. –Ya no nos molestará más, te lo juro. Estará muy pero muy lejos de nosotras o de cualquier persona indefensa.-

-¿Lo prometes?-

-Lo prometo, mi amor, lo prometo- atientas busqué su meñique y lo entrelacé con el mío. –Te tengo- era imperioso que supiera que estaba a salvo.

Costó muchísimo controlarla, ni siquiera pudieron hacerle el chequeo de rutina porque se rehusaba a soltarme. Pedí por favor que nos dejaran solas y que cuando estuviera lista se los haría saber. Un poco renuente la enfermera aceptó. Creí que se había arrepentido cuando regresó momentos después pero sólo nos llevaba papel de baño y agua. Prácticamente la obligué a que tomara algo y después hicimos ejercicios de respiración porque a este punto tenía miedo que algo le pasara. Lo logré, se quedó sentada viendo a la nada mientras acomodaba su cabello en un intento de trenza.

-¿Lo conocías?- Preguntó después de muchos inquietantes minutos en silencio.

-Por desgracia sí.-

-¿Cómo se llama?-

-Hijo de perra- contesté de inmediato –no creo...-

-Para poder enterrarlo al menos debo saber cómo se llama mi monstruo.-

-Hank- se tensó.

-Hank- susurró –Hank- cerró los ojos y pequeñas lágrimas volvieron a escurrir. –Hank... ahora lo recuerdo tan claro como el día- tomé sus manos lo que hizo que abriera sus ojos de nuevo.

-Se ha ido y esta vez es para siempre.-

-¿Y si...- se veía aterrada.

-Hay suficiente evidencia para encarcelarlo y que nunca más salga; incluso algo que se puede tomar como una confesión. No estará más en las calles- la mirada, esa mirada que vi cuando hicimos el pacto de las calificaciones... cuando me entregó mi iPod, ni una pizca de brillo. No la iba a perder de nuevo –le dije que a pesar de lo que hizo eres la persona más maravillosa del mundo y tu nobleza no tiene comparación.-

-¿Le dijiste?- Asentí.

-Claro que le dije; debía saber que ni una persona tan asquerosa como él fue capaz de apagar tu luz.-

-¿Sabías?-

-Tenía algunos meses atando cabos... lo vi salir de mi casa y tú no estabas... me volví loca y fui por él.-

La Hija del PastorWo Geschichten leben. Entdecke jetzt