Capítulo 40

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Estaba frente al altar más nerviosa que nunca, mi pierna no dejaba de moverse rítmicamente mientras esperaba a mi chica. El patio de la mansión había sido elegido como el lugar para nuestra boda, dos años después de que Ana me diera el sí. Alisaba mi vestido, aunque no estaba arrugado. Gracias a Dios que elegimos atuendos sencillos porque el calor era insoportable o quizá eran mis nervios.

Había dormido muy poco y sin Ana. Después de dos años habíamos dormido separadas; a pesar de mis protestas, mamá dijo que sería de mala suerte. Que debíamos seguir la tradición. Yo sólo quería dormir con mi rubia y nada más. Desde hacía días sentía el nudo en el estómago. Muevo la cabeza y busco concentrarme pero alguien me arroja algo y volteo. Es Ingrid.

-Creo que ya se arrepintió.-

-Cállate- se echó a reír.

-No la culparía.-

-No estás ayudando- Norma le da un golpe en señal de advertencia.

-No te preocupes, hija, de seguro ella también está nerviosa- agrega, entonces el cuarteto de cuerdas que papá eligió comenzó a tocar la marcha nupcial.

Todos se pusieron de pie mientras el corazón estaba a punto de salir de mi pecho. Entonces apareció ella, deslumbrante como siempre, con el vestido blanco con el que la conocí; su cabello en una media cola y levemente rizado en las puntas, se ve preciosa. Un ramo de girasoles en su mano mientras la otra se aferra al brazo de Alberto. Quien lleva una biblia en la mano libre ya que él oficiará nuestra boda. Todo pasa en cámara lenta mientras en mi mente recuerdo cuando la conocí, cuando le di mi suéter, cuando me abrazó por primera vez, nuestro primer beso, todo. Y ahora estábamos aquí a punto de darnos el sí para toda la vida.

Veo su sonrisa nerviosa cuando se acerca a mí; creo que yo estoy babeando porque nunca, nunca la vi tan radiante como hoy. Es como si un aura adornara su dorada cabellera y toda ella. Dios, es tan bonita y está a nada de ser mi esposa y eso me eriza la piel de tanta emoción. Una vez que está lo suficientemente cerca estiro mi mano para que la tome, antes de hacerlo abraza a Alberto con fuerza y el hombre le responde de igual manera. Al separarse deja un beso en la frente de Ana y me regala una enorme sonrisa. Anita toma mi mano y creo que estoy a punto de desmayarme. Esto es tan irreal.

-Hola- me dice tímidamente.

-Hola, cariño- aprieta mis dedos que están entrelazados con los de ella. –Te ves preciosa.-

-También tú, La.-

-¿Estás segura?-

-¿De querer pasar el resto de mi vida contigo? Muy segura.-

-Bien, porque ya no te librarás de mí, rubia tonta.-

-Tú eres la que no se librará de mí, fastidiosa- nos sonreíamos ampliamente.

-Te amo- susurré.

-Te amo más, amor- respondió de inmediato con una sonrisa aún más grande. Ambas volteamos a la vez que la voz de Alberto se hace escuchar.

El tiempo es relativo, depende de nuestro estado anímico, de nuestro humor, de nuestra percepción de la vida y la muerte e incluso de nuestros pecados y penitencias. Para mí el tiempo ha sido benévolo, ha sido paciente, ha sido tolerante y ha llenado de recompensas mi vida y la de mi esposa. Hace ya siete años de ese día que cambió mi vida para siempre. Casi por inercia bajo la mirada a mi mano donde yace el anillo de platino con una A formada de pequeños diamantes. Salgo del trance cuando veo por el rabillo del ojo, el marco negro de los lentes de Pao asomarse por mi puerta.

La Hija del PastorWhere stories live. Discover now