Capítulo 39 3/4

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A/N No es un simulacro. Esta parte de la historia se sitúa entre el capítulo 39 y el 40. 

—¡Esto es una mierda! —estoy tan sorprendida de escuchar eso saliendo de la linda boca de mi rubia, que soy incapaz de decir algo. Mi cerebro se quedó en shock. Cuando por fin pude reaccionar, dije lo primero que se me vino a la mente.

—Lenguaje — mi rubia se echó a reír.

—No te sale porque te faltó el beso, mi amor —se acercó para hacerlo—. Perdón por asustarte.

—Estoy sorprendida más que asustada, ¿qué pasó? —palmeé sobre la alfombra donde había un montón de libros tirados a mi alrededor.

—Apenas me alcanzó para un siete —pone un bonche de papeles sobre mi pierna. Los tomó, recuerdo lo mucho que se desveló por este trabajo. Recitaba tantos libros que hasta yo me los aprendí.

—¿Dime que no es la clase con ese idiota? —mi ira comenzó a hacer acto de presencia.

—Sí —suspiró. Puso la mano sobre mi muslo; inconscientemente sonreí, al ver el anillo de compromiso que le había dado el año pasado.

—Quizá debería decirle a papá que haga algo.

—No, La, no es necesario.

—¿No es necesario? Te está bajando calificación porque rechazaste al maldito cerdo —arrugué levemente el papel—. Voy a molerlo a golpes.

—No, no lo harás. Presentaré esto con el decano, otra vez. Espero funcione —traté de tranquilizarme.

—Está bien, pero si eso no funciona, lo haré a mi modo —apretó mi muslo.

—Tan protectora.

—Siempre, cariño —la atraje para dejar un beso sobre su dorada cabellera. Entrabamos en nuestro primer año de universidad. Nuestro tiempo era caótico, difícilmente teníamos días libres y aunque por las noches ella era mi fuente de calor, pasábamos muy poco tiempo de calidad juntas.

—¿A qué hora es tu partido?

—Mierda, lo olvidé —se acercó para dejar un prolongado beso sobre mis labios.

—Lenguaje.

—Te queda mejor a ti —le di otro beso—. ¿Te apetece que comamos fuera y después nos vamos al partido?

—Me parece. Me daré una ducha rápida —otro apretón a mi pierna antes de que se pusiera de pie. A veces me costaba creer lo afortunada que era de tenerla en mi vida.

Subí a nuestra habitación para prepararme, me puse ropa deportiva y la playera de mi actual equipo. Terminaba de atarme los tenis cuando vi a mi prometida pararse frente a su lado del closet en el vestidor junto al baño. Me puse de pie, me acerqué lentamente a ella y la abracé por atrás.

—Hueles rico.

—Las duchas suelen ayudar —sonreí, mientras dejaba besos sobre su hombro desnudo.

—Eres preciosa, mi amor —pase mis manos sobre su estómago.

—Tú me haces sentir así cada día de mi vida —tomó una de mis manos, la llevó a su seno derecho y la otra la dirigió hacia abajo. Sobre sus bragas. Apreté como si se tratase de una esponja con la mano que tenía más arriba y con la otra, mi dedo medio hacia casi imperceptibles círculos.

—Amo tocarte —mis labios se adhirieron a su cuello.

—Amo que me toques, pero realmente muero de hambre.

—Gracias a Dios no tengo nada entre las piernas porque sería una maldita carpa de circo —se echó a reír.

—Te lo compensaré en la noche. Lo prometo —se dio la vuelta y sello su promesa con un beso—. Te amo, ángel —sería la única cosa a la que nunca me acostumbraría, menos al impacto que eso tenía en mi corazón.

La Hija del PastorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora