Capítulo X: En pedazos

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Los pasos de Ray sonaban severos y el pasillo que conectaba su habitación con el salón se había llenado del retumbar de sus zapatos. Llevaba en la mano una parte de su corazón roto, porque aunque los años hayan oscurecido y mermado sus latidos, el mismo Ray Leander que idolatraba a su amada y fruncía celoso la nariz seguía ahí.
Encerrado en las paredes blancas y amarrado a la realidad con cadenas invisibles, sintiéndose frustrado ante el acuario empotrado que, contrario a él, rebosaba de vida.

Sus intentos fallidos por dejar de sentirse vacío seguían aferrándose a su espalda y la tristeza que llenaba sus días de melancolía le rodeaba el cuello como una serpiente de cascabel que le apretaba con cada recuerdo un poco más.

Las noches habían sido testigo de sus propias pesadillas, amenazando a su mente con destrozar cada gota de estabilidad psicológica que pudiera recaudar del río de emociones que se había instalado en él con la muerte de su contraportador.

Las paredes se fueron volviendo demasiado estrechas para conservar sus penas y la idea de dejarlas ir le resultaba aterradora. Porque Ray merecía todo aquel dolor junto con cada desvelo y cada pesadilla. Merecía también ahogarse en la penuria y la desolación mientras las sombras del otro lado de la ventana consumían cada parte de su cuerpo.
Merecía el peso de sus decisiones aplastándole contra la cama y los trozos de espejo rotos incrustados en sus nudillos desgastados. Toda cicatriz y toda marca le recordaban día tras día que era el lienzo perfecto para todas ellas.

Y Raksgard estaba de acuerdo.

La ilusión de una paz momentánea que pudiera llenar aquel vacío resplandeció como una luz al final del camino cuando la vio por primera vez en el bar de poca monta en el que se habían hospedado por casualidad, una casualidad hermosa que le dio un respiro del peso que le acompañaba desde la cuna, aunque al final tuviera que deshacerse de ese brillo inmaculado por mano propia.
Mas sus esfuerzos por evitar la tragedia habían sido en vano y los años de agonía se le venían encima sin reparo junto con las memorias rotas que ahora descansaban escondidas en el cuerpo inconsciente de la única persona que le enseñó alguna vez lo que era sentirse humano.

Pero seguía siendo culpa suya, eso no cambiaba, porque había sido lo suficientemente idiota como para no obligarla a irse a casa. Había permitido que sus deseos egoístas por un insano respiro de su pena y dolor sacrificaran la felicidad de una persona inocente que había aprendido a vivir sin el dolor de la pérdida. Se había dejado llevar porque tenerla lejos estando tan cerca era peor que cualquier tortura, que cualquier herida y cualquier cicatriz que su cuerpo resguardara.
Aquellas cicatrices que se habían convertido en su tesoro más preciado.

Deseaba decirle que no había sido su culpa, que fue la suya por haber permitido que las cartas mal jugadas del pasado sacrificaran la vida que ella realmente merecía.

Pero no podía.

Porque su Contraportadora estaba inconsciente en una cama que en primer lugar siempre había sido suya.

Había tantas cosas que quería decirle y otras tantas que se había molestado en ocultar para proteger sus memorias.
Y estaba bien que no se acordara de él. Alguien como Ray Leander solo podría traerle desgracias, pena y dolor. ¿Acaso no lo había hecho antes? Alguien como él solo derrumbaría su mundo y pondría en peligro su jugada perfecta.

Sin Ray en su vida, Blue Sky jamás podría sacar a la luz la oscuridad que reinaba en el interior de Kiara. Sin Ray, ella estaría protegida de un pasado imborrable que condenara el presente por el que tanto había luchado.

—Ray. Aquí estás. He estado buscándote por todas partes. No soy sensitivo como tú.

Cuando Ray se giró demasiado sobresaltado como para responder algo, Aaron supo que algo andaba terriblemente mal. Su habitual sentido de la magia no le permitió a Ray darse cuenta de la presencia que le acompañaba hasta mucho después, cuando solo los separaban un par de metros.

Blue Sky: El comienzo del finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora