He aquí una jodida cuestión © [Spin-off #1]

1. ¿Por qué me siento así?

Tyler

"Cuando la vida te da limones, hay que hacer limonada", me dijo una vez un hombre que llevaba una pesada carga, mientras me contaba como lidiaba con una enfermedad crónica. Es un consejo que, aunque supe aplicarlo, creo que exprimir limones para solventar lo que me agobia, no es suficiente.

Desde que me separé de mis padres sufro por las decisiones que tomé, culpándome por lo que debí hacer y por lo que no seguí. "Si tan solo me hubiera callado y hubiese seguido lo que querían para mí", "si tan solo fuera normal y no me gustaran los chicos". Son pensamientos que me atormentan desde que entendí mis preferencias, ideas que cada que se replican, más pesan.

Miro a Torrance, guiándome entre el bar atestado de gente, abriéndose paso para arribar a una mesa rodeada con todos sus amigos y su novio. Trato de entrar en ambiente pero no lo logro; desde que tengo la mente podrida con pensamientos derrotistas, no veo sentido a las cosas. Es complejo de explicar, pero en resumen, no me siento conforme con lo que he hecho, creyendo que cometí un error al acatar mis impulsos.

Me acomodo en un asiento libre, algo retirado de la mesa. Torr me insta para que participe de su charla, no obstante, apenas si cruzo palabras con ella o me rio de los chistes que entre sus colegas se comentan.

Está de la mierda querer ser parte de un grupo y a la vez sentir que no encajas. No digo que no me guste compartir con ellos, tanto Ethan, su hermana y Lion me agradan mucho, con ellos he cruzado varios diálogos, en su mayoría de vivencias de la universidad y de lo que estudio, sin embargo, no es suficiente para que me crea parte de su círculo de amistad.

Distraído me cruzo de brazos, oyendo a lo lejos su diálogo que va de qué canciones cantarán en el karaoke. Cuando llega la camarera le pido una soda, estoy tan jodido que no tengo ánimos de entonarme a punta de alcohol.

A la mente me vuelve la imagen de mi madre, chocando su mirada petulante conmigo, declarándome un silencioso repudio que desde que pasó, me entregó a la depresión. La mente es tan desgraciada, que en los momentos donde más estabilidad necesitas, más te perturba con situaciones dolorosas, como lo es el rememorar las palabras de mis padres cuando se enteraron de mis preferencias.

«Hubiese preferido que fueras un delincuente, un drogadicto, un granuja sinvergüenza, un vividor, menos que seas un marica»: esas fueron las palabras de mi padre, quien sin más me levantó la mano, dándome un puño certero que no sólo me quebró la boca, también el alma.

«De haber sabido que nacerías con eso te hubiese abortado, es que no sé por qué no seguí el consejo de tu padre de abortarte cuando aún podía»: esto fue lo peor, dicho por mi madre, un clavo tan hondo y profundo en mi pecho que desde ese día no me abandona. Saber que tus padres te querían abortar, creo que a nadie le gustaría enterarse, y a mí me tocó, dañando por completo mi percepción del amor paternal. ¿Ellos de verdad me quisieron o solo aparentaban? Es una pregunta que tiene implícita la respuesta si sopeso lo que sucedió.

No hay día que eso no me perturbe, más cuando intento ver mi orientación como algo normal, que no es antinatural. No confío en nadie, solo en Torrance, ella es lo más cercano a una familia que me queda; me cuenta sus secretos, yo los míos, y nos damos consejos mutuos. Pero una cosa es mi amiga, una entre muchos a los que podría darles una oportunidad de ser parte de mi vida, de ser mis amigos o algo más. No es que menosprecie su amistad, es la persona que más valoro, solo que a veces quiero volver a los tiempos donde había más gente con la que compartía, donde fingía estar enamorado de una chica cuando en realidad me gustaba mi amigo.

—¿Ty, vas a cantar? —La pregunta de Torr me saca de mi ensimismamiento. Al reparar en ella me topo con su sonrisa amable y tranquilizadora.

—La verdad no me apetece —admito, con cortesía. En consecuencia, emite un puchero que me causa risa.