9. El repartidor

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Tyler

No sé cómo he sobrevivido a este último mes, con el nuevo empleo y la universidad suelo perder la noción del tiempo. Laboro en una pizzería como repartidor, es un trabajo arduo porque, para hacer entregas a largas distancias uso una bicicleta que el señor Solans, mi jefe, me dio.

Él es un hombre muy bueno. Al solicitarle empleo comprendió mi situación y me lo dio, pese a no contar con una motocicleta para llevar los pedidos, puesto que se requiere como condición para los postulantes. No lo decepcioné. Aunque me cuesta, entrego a tiempo, soy veloz en la bicicleta, sorteando con facilidad las calles, tomando atajos y evadiendo el tránsito. Así mismo, por mi desempeño, el señor Solans me da incentivos y los clientes propinas que me sirven mucho. Ya no sufro por la falta de dinero, puedo afirmar que sobrevivo al final de mes con el sueldo que recibo.

Es viernes, según el calendario que tengo al frente. Recluido en el pequeño baño de empleados, me despejo del sueño, lavándome la cara. No tengo tiempo para una siesta al mediodía como acostumbraba, por eso, al final de la jornada caigo rendido en la cama, despertando hasta el otro día. Estirando los brazos hacia arriba, con las manos entrelazadas, libero la tensión acumulada en mi cuello y hombros. Me duele tanto la espalda que aquello es liberador, como quitar un enorme peso de encima.

Alguien toca a la puerta, recordándome que aún la noche no acaba.

—Tyler, hay un pedido para entregar —exclama el chico del otro lado. Suspiro, resignado, poniendo mi mejor cara para lo que viene.

Secándome la cara con la manga de la camisa, salgo del baño, topándome con Ander, el hijo de Brian Solans. Es dos años mayor que yo, e igual que su padre, es amable, atento, conmigo ha sido amistoso. Desde el primer momento entró en confianza, muy respetuoso al hacer bromas o sugerirme algo. Es tímido, reservado, cosa que admito, me gustó desde que lo conocí. No es de los que le gusta destacar por su físico, sin embargo es delgado, de cabello negro, pulcro, de corte formal. Sus facciones son varoniles y su sonrisa es encantadora. A parte, viste muy sencillo, con la camiseta roja con el logo de la pizzería, jean y zapatillas Converse rojas.

Me gusta su manera de ser, lo despreocupado que es, como se expresa, hasta su sentido del humor me atrajeron, no obstante, en eso se queda, en un interés guardado muy en el fondo porque no sé si sea gay. Es lo que pasa al fijarme en un hombre del que no estoy seguro de sus preferencias o que sé, gusta del sexo opuesto, aguardo hasta estar seguro y sigo esperando, hasta que sienta que es momento de confesarme. Apenas lo conozco además, así que tampoco es que me esté imaginando cosas de un posible enamoramiento que ni siquiera siento que esté cerca de darse, sobre todo porque aún me ronda en la mente cierta persona que no he vuelto a ver.

—¡Ey! ¿Pasa algo? —La pregunta de Ander me saca del letargo. Niego con la cabeza, sonriendo para que no se preocupe.

—No, nada, solo que ya es viernes, si no miro el calendario, no me doy cuenta. —Riendo entre dientes, apunto con el dedo pulgar sobre el hombro. El chico de ojos cafés comprende a qué me refiero, también burlándose de mi distracción.

—Suele pasar, estás como medio zombi, hasta tienes el aspecto —mofa, imitando la voz tontuela y grave de aquel personaje ficticio.

—Si lo sé —exalto, riendo con algo de vergüenza. Vive obsesionado con los zombis, algo que no le demerito porque en una época lo fui, pero a los superhéroes, hablando de ellos todo el tiempo.

—Espero que no te distraigas con la dirección que te daré para que lleves las pizzas.

—Descuida, no pasará, estaré sonso a veces, pero despistado no soy. —Ante ello ríe en confianza, atrayéndome cada que sus mejillas se aprietan, cerrando un poco los ojos.

He aquí una jodida cuestión © [Spin-off #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora