4. ¿Qué es ser un cretino?

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Rolan

Soy de experimentar lo que le dé calma y satisfacción. Desde muy joven descubrí un gusto extraño por las laceraciones, por autoinflingirme dolor, que resultó en la prohibición absoluta de cualquier tipo de arma corto punzante u objeto que implicase un daño a mi integridad. Cuchillas de afeitar, tijeras para cortar papel, todo eso me lo quitaron cuando mis padres descubrieron las docenas de cortadas cicatrizadas en mis brazos.

Me llevaron a un psicólogo que aún visito con regularidad, descubriendo mis gustos extraños por las cosas fuera de lo normal. Me diagnosticaron trastorno límite de la personalidad, un problema de mi podrida cabeza porque de muy pequeño viví rodeado de exigencias, de agresiones físicas de mi abuelo y de los constantes regaños impartidos por mi abuela. Eso, sin mencionar el abuso de parte de una tía, hermana de mi padre, algo que hasta la fecha ella niega y de lo que su hermano no quiere hablar. Ahora que lo pienso, la familia por parte de mi padre está podrida y entro en esa ecuación.

Eso, antes, de muy chico, me llenó de tanto rencor y miedo que no dejaba de creer que yo era el del error al permitir ese tipo de cosas, recurriendo a cortarme o golpearme con chicos más grandes para liberar toda la rabia contenida. Con el tiempo, y gracias a las terapias que mi madre, la única persona en el mundo que me quiere, pagó, pude superar esa etapa.

A mis dieciséis llegó otra, en pleno apogeo de mi pubertad. El sexo fue como estar en la gloria, mi primera masturbación fue anormal porque mientras mis compañeros se la jalaban viendo vídeos porno de una pareja heterosexual, yo me corrí con la imagen de un tipo desnudo en una de las bañeras que compartíamos los jugadores de americano. Fue el trauma que me quedó al ver a mi tía semidesnuda, el que viera a las mujeres con aversión, que no me llamaran en nada la atención, siendo mi primera vez con una, tan presurosa, dopado en alcohol, que ni sentí placer, siendo el peor polvo de mi vida, y de seguro también para ella, cosa que nunca me molesté en averiguar.

Entre charlas con el psicólogo concluimos que lo que padecía era un trastorno por ese trauma que me quedó de niño, forzándome a que les diera más oportunidades a las mujeres y lo intenté. Mejoré en el sexo con ellas, fui un experto en seducirlas, llevarlas a la cama con un par de palabras. Ya no las veía con repudio, sino como un objeto para sentir placer, sensación que nunca complacía al cien por ciento debido a que las clasifiqué como las peores en darme lo que necesito.

Y un día entre copas me armé de valor para entrar a un bar fuera de los habituales y un chico llegó, se sentó a mi lado para entablar diálogo y todo se fue dando naturalmente. Fue mi primera vez con un hombre, que abrió la puerta a un gusto que aún me cuesta aceptar.

Soy un gay closetero, pocos saben de mi gusto, los que se atreven a frecuentarme los advierto de no divulgarlo, más que nada por mi padre y abuela que de enterarse me mandarían a la mierda. Mi madre sospecha, aunque se lo niego cada que puedo, sé que me acepta como soy. Es irónico, que aún no sea capaz de admitir mi homosexualidad pero la persona que más amo en el mundo me quiera por lo que soy.

Estresado porque de vuelta el maldito campero me disparó, sacándome de juego, profiero un insulto que acallo al recordar a quién tengo durmiendo en mi cama. Rápido reviso que no se haya despertado. Apenas tocó la cama cayó profundo, su rostro apunta en mi dirección. De milagro no ronca o de seguro le hubiese tirado un zapato para que se calle. Giro el asiento para ver a la pantalla del computador, irritándome por cómo se ha comportado hoy.

Cuando conocí a Tyler me jodió bastante. Fue hace cuatro años atrás. En ese entonces cumplía con mi deber de sacar buenas notas, presumía en algo mi promedio pero de ahí no me importaban mis compañeros o colegas. Solo permití a dos de ellos hablarme porque eran hijos de amigos de mi padre.

Me lo topé mientras salía de clase, hablaba con Torrance, la compañera que se rumoreaba, había estudiado leyes porque su padre compró algunos profesores, cosa que no me constaba porque es buena estudiante, a veces mejor que yo aunque me cueste admitirlo. Esa primera vez lo creí un niño emo de preparatoria pues vestía de jean rasgado, Converse roídas, camisas estampadas con escudos de bandas de rock de los ochenta y el cabello largo, con un fleco que le tapaba toda la frente y casi media cara. Lo que me atrajo mucho fueron sus ojos, demasiado azules, asemejándolos con el color del cielo.

He aquí una jodida cuestión © [Spin-off #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora