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Lucinda se levantó somnolienta, apenas había logrado conciliar el sueño a las 3 de la mañana.

—Buenos días, milady.—Bonnie abrió las cortinas de par en par.

—Buenos días.—contestó ella en medio de un bostezo.

—¿Cómo amaneció?

—Perfectamente.—mintió. En realidad estaba extremadamente cansada por la falta de sueño.

—Servirán en breve el desayuno y tiene que estar lista.—la doncella la instó a ponerse en pie mientras preparaba las prendas que usaría.

—Te noto algo inquieta, Bonnie, ¿o es mi impresión?—se apresuró a quitarse el camisón.

—La señora Portia ha vuelto.—Esas simples palabras bastaron para que la joven comprendiera la gravedad de la situación.

—¿Y los gemelos?

—Ellos ya recibieron su castigo.

La sirvienta acabó de colocarle el stay y ajustarle el vestido antes de empezar a peinarla. El movimiento oscilante del cepillo sobre su cabello le hizo recordar lo que vivió la noche anterior.

—El señor Bleiston debe tener bastantes amantes.—la duda la carcomía por dentro.

—¿Por qué piensa eso, milady?—Bonnie frunció el ceño.

—Parece saber mucho de mujeres.

—Precisamente porque sabe demasiado, prefiere evitarlas.

—¿Cómo?

—A diferencia de los gemelos, mi señor no suele salir con muchas damas.—Negó con una sonrisa—. Lo llamamos el efecto Crystal.

—¿Efecto Crystal?

Bonnie asintió.

—Todas las interesadas tienen miedo y con razón a la furia de mi señora, así que se lo piensan dos veces antes de acercarse.

—Entonces, Crystal es su escudo.

—Es más que su escudo. —Bonnie soltó una risita—. Si mi señor no fuera tan atractivo y adinerado, apostaría cualquier cosa a que aún conservaría su virtud.

—¿En serio?

La doncella asintió.

—Es un efecto bidireccional, también se aplica a mi señora.—explicó mientras terminaba su recogido—. El ego es lo que les hace huir, no soportan no ser una prioridad, milady.

—Suena difícil aceptar algo así.

—Pero es como funciona, cualquiera que no lo entienda está condenado a sufrir.

—¡BONNIE!—unos golpes en la puerta interrumpieron su amena charla.—¿Qué están esperando? ¡La señora Portia ya quiere servir el desayuno!

—Enseguida vamos, Olga.

Lucy se puso de pie deprisa, había olvidado la adrenalina diaria que experimentaba cuando la señora Archer estaba presente.

Pero lo recordó apenas cruzó la entrada del gran comedor. El lugar era un absoluto templo y las horas pasaban con una rápidez escalofriante.

—Espero que la comida sea de su agrado.—dijo antes de sentarse a la mesa. Era la primera vez que lo hacía, comunmente Portia solía comer con el resto del servicio en la cocina.

—¿Cómo está su hermana, señora Archer?—preguntó Bleiston a su lado. A nadie le parecía raro que la mujer se les uniera.

—Mucho mejor, mi señor.

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora