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1835

Los pájaros revoloteaban alrededor de las copas de los árboles. El aire fresco soplaba contra su rostro y desordenaba su cabello. La dama tuvo que sujetar con fuerza su bonette para que este no saliera volando lejos de su alcance. No quería tener que correr para recuperarlo.

La casa de campo de sus padres había sido su refugio hasta ahora e iba extrañar las tranquilas tardes que había pasado en compañía de su doncella o de su padre.

—Cuidate cariño.—Franck abrazó a su hija con fuerza antes de dejarla partir.

 —Recuerda lo que háblamos.—añadió Bernadeth. Luego de media hora de charla la marquesa se había asegurado de que la más pequeña de los Murgot entendiera cuál era su papel en sociedad.

—Nos vemos, papá y mamá.—la joven abordó el carruaje que la llevaría directo a la residencia de su hermana mayor Lady Caterina Seymour, duquesa de Ruthland.

Sus padres no podían acompañarla pues el escándalo que pesaba sobre ellos solo conseguiría hundir más la reputación de su hija que no estaba precisamente en buenos términos.

Una vez que el coche empezó a andar la dama se acomodó mejor en el asiento. Había pasado casi un mes desde que tuvo que abandonar la ciudad a causa de los rumores que empezaron a circular sobre el pasado de su madre. Lady Bernadeth Murgot era bastarda. Y esa verdad cayó como un dardo envenenado sobre su familia. Por lo que recluirse en el campo había sido su mejor y única opción.

Sin embargo, una vez finalizada la temporada Caterina había insistido en pasar un tiempo con ella. Lucy aceptó sin protestas pues la idea de estar con sus sobrinos Andrew y Aline era mucho más llamativa que ser la sombra de su madre y soportar sus quejas durante las comidas.

—¡Cuidado!—Lucy se aferró al asiento para no terminar golpeándose contra las paredes del carruaje cuando atravesaron un terreno irregular. Sacó la cabeza por la ventana para pedirle al cochero que fueran más despacio y este le respondió a duras penas.

—Sí milady.—El hombre lucía algo nervioso, pero no era de extrañarse. Se suponía que debían llegar a casa de su hermana antes del anochecer e iban un poco retrasados.

—Gracias.

Volvió dentro y cerró los ojos. Aún tenía un largo trayecto por recorrer, así que aprovecharía para dormir un poco.

Lucy se levantó cuando escuchó ruido en el exterior. Había logrado distinguir las voces de tres caballeros, antes de que la portezuela se abriera de golpe. Dos extraños se subieron al coche y la bajaron a la fuerza sujetándola por ambos brazos. La joven no pudo reconocer sus rostros porque iban cubiertos con máscaras negras.

—¿Quiénes son?—exigió mientras se removía en su agarre en un vano intento de soltarse.—¡¿Qué quieren?!

Afuera estaba oscuro y el viento soplaba inmisericorde.

Lucy buscó al cochero con la mirada y lo encontró atado a un arbusto inconsciente. El hombre que la retenía la apuntó con un farol directo a la cara.

—Es ella—confirmó el aparente líder revisando una libreta. Lucy alcanzó a ver un retrato bastante fiel de su rostro antes de que se llevarán el farol y la empujarán devuelta al interior del carruaje.

—Lo siento bonita, pero vienes con nosotros.

La dama gimió de dolor cuando su pierna y su brazo chocaron contra la dura madera del coche. Estaba segura que tendría dos moretones al siguiente día. Uno de los hombres tomó entonces una soga y ató sus manos con mas fuerza de la necesaria.

Prohibido AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora