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Allan observaba en silencio a sus pares discutir sobre la utilidad de la guerra. Las primeras noticias de la reacia postura de la reina habían llegado a Londres e inquietaban a los nobles, en especial a los aliados del primer ministro.

Lord Melbourne era moderado en sus discursos y evitaba por todos los medios mostrar su apoyo abiertamente a la causa bélica, pero todo el mundo sabía que la estaba financiando desde las sombras.

Sin embargo, por su ambigüedad, eran sus socios o miembros de su partido los que sacaban la cara en favor de la guerra.

Pero incluso ellos tenían sus dudas al no ver avances.

—Lord Ruthland—la voz de un caballero detuvo sus pasos. Había pensado en retirarse luego de que la sesión finalizará.

—¿Qué se le ofrece señor Parker?

Howard Parker, abogado de profesión, era uno de los principales asesores del primer ministro. Lo acompañaba a todos lados como su sombra y siempre actuaba con una inusitada franqueza.

—Veo que ya se marcha.

—Así es, hoy prometí volver temprano a casa.

—Lo entiendo, debe ser difícil ocuparse de tantos niños.

—No es fácil—admitió—pero disfruto mucho pasar tiempo con mis hijos y mis sobrinos.

—Y también con el primogénito de Lady Grafton según tengo entendido.

—Sí, con él también.—Allan forzó una sonrisa para disimular su molestia. No le gustó el tono acusatorio que uso.

—Entiendo que usted y la marquesa tuvieron una “relación” estrecha en el pasado, pero es demasiado pronto para tomarse ciertas atribuciones ¿no lo cree excelencia?

—¿De qué atribuciones habla, Parker?—la voz del duque se tornó mortalmente seria. Allan no iba a permitir que se pusiera en duda su fidelidad y la de Lady Eliana.

—Me refiero al manejo de las cuentas del marquesado, tengo entendido que usted las supervisa.—aclaró para evitar malentendidos. Los afaires del caballero le traían sin cuidado.

—En efecto, lo hago por pedido expreso de mi amigo.

—¿Acaso Lord Grafton no confía en su administrador?

—Confía en él, pero confía aún más en mí y por eso me encomendó esta labor.

—En ese caso debería informarle que hace poco una mujer de esa familia vino a mí pidiendo asesoría.

—¿Una mujer?—frunció el ceño. Dudaba que Ely haya ido a verlo—¿Qué mujer?

—Lady Débora Miller, la marquesa viuda.

Allan se puso pálido al escuchar semejante noticia.

—Pero cómo...

—Al parecer llegó hace unos meses a Londres y desde entonces busca un abogado para reclamar, lo que a su juicio, le pertenece.

—¿Y usted la asesoró?—inquirió con preocupación.

—No. Como abogado, pero más como hombre considero que el matrimonio es la base de nuestra sociedad, nuestros cimientos—alegó con determinación—Todos vinimos a este mundo a ocupar un rol, la persona que decida deliberadamente corromper ese rol no es más que escoria frente a mis ojos.

—Ciertamente—el duque agradeció en silencio que los prejuicios de Parker hayan jugado a su favor.

Para ser un caballero joven, varios años menor que él, poseía unas firmes convicciones. Las mismas convicciones que lo habían llevado a escalar tan rápido en su partido.

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