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Bastián Dubois, vizconde de Rosemont había visto a lo lejos como unos sirvientes se encargaban de asegurar con un tablón de madera la entrada al establo de los duques de York. Y disuadían a todo aquel que quisiera entrar.

Qué extraño, se dijo y guiado por la curiosidad se escondió detrás de uno de los árboles cercanos al lugar.

Estuvo allí durante varios minutos hasta que se enteró de todo. Al interior del establo Lady Susan y Lord Ralston discutían y para evitar que alguien presenciará la pelea, los encerraron.

¿Y si ese maldito le hace daño? pensó.

Debo entrar.

—Señores...—Bastián se acercó a los dos sirvientes con la mirada perdida y tambaleándose.

—¿Se encuentra bien, milord?—preguntó uno de ellos al verlo.

—No, no...—se desplomó contra el suelo.

—Llama a alguien, a un médico, rápido...—pidió el mayor de ellos mientras se acercaba a comprobar su estado—No se preocupe, milord, la ayuda está en camino.—el hombre se giró para cerciorarse que su compañero hubiese obedecido y Bastian aprovechó para noquearlo.

—Lo siento—dijo mientras se ponía de pie y caminaba hacia las puertas del establo.

—Mi señor...—la voz de Raphael lo detuvo en seco—¿Qué cree que hace?

El sirviente sostenía un farol en sus manos.

—Voy a entrar.—le dijo retirando el pesado tablón de madera que cubría la entrada.—Lady Susan puede estar en peligro.

—Si lo estuviera, lo sabríamos, milord—Raphael lo tomó del brazo.—Déjeme revisar a mí.

—¡No! Si ella está en peligro, debo estar ahí.

—¿Y si no lo está?

—Entonces...

—Entonces quedará como un tonto y puede meter en verdaderos problemas a Lady Susan.

—Si resulta lastimada, tú serás el único culpable—le gruñó.

—Está bien, ahora encarguese del problemita...—señaló al sirviente tendido en el suelo—Quítelo del camino y regréselo a su habitación.

—Como quieras—Bastián cargó al inconsciente hombre y se lo llevó con él.

—¿En qué demonios está pensando Rosemont?—se dijo Raphael mientras tomaba una cubeta de madera. La llenó de agua y se aseguró de armar un escándalo al entrar. Por su experiencia sabía que esa era la mejor forma de hacerlo.

Y no se equivocó.

El sirviente tuvo que fingir sorpresa cuando halló al “feliz matrimonio” sentado en una pila de paja con claras muestras de haber compartido más que un simple beso.

—Lo siento su señoría, no sabía que se encontraban aquí, vine a dejar un poco de agua a los caballos.—dijo señalando la cubeta que llevaba en sus manos.

—No tiene porqué disculparse, nosotros nos quedamos encerrados por error y no teníamos como salir.—explicó el marqués mientras ayudaba a su esposa a incorporarse.—Gracias por haber venido.

—No hay de qué.—Raphael agachó la mirada para darles algo de intimidad y una vez que Lord Ralston consiguió sacar a su esposa del lugar regresó con unas cuantas monedas en las manos.

—Ni una palabra de esto a nadie.—advirtió entregándole el dinero.

—Yo no he visto nada, milord.—afirmó Raphael tomando las monedas con una sonrisa.

Prohibido AmarteWhere stories live. Discover now