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Cleo sonrió ante la caricia en su cabello mientras continua leyendo su revista de modas.
Harry no paraba de tener pesadillas con aquella serpiente y el extraño hombre de abrigo de cuerpo, por supuesto no se lo decía a nadie pero estar con la francesa era suficiente para que pudiese olvidarse de eso al menos por un rato.
Desde que la Gautier - Delacour le había mostrado la Sala de Menesteres que había encontrado antes de receso de navidad, ambos llevaban encontrándose allí muchas noches para hablar de su día, leer o simplemente hacerse compañía.
Ambos temían que su relación se tornara extraña después del beso entre ellos, pero no ocurrió nada de eso porque una vez más, fingían aue nada ocurrió, Harry no podía reclamarle nada porque según él no recordaba nada por estar "ebrio" y Cleo no sería quién recordara eso.
Indirectamente estaba quemándose en la hoguera que habían encendido desde el primero momento en que sus vidas se cruzaron, tenía miedo a destruir su relación.
—¿Ya sabes como abrir el huevo de oro?—Preguntó la chica levantándose del pecho del Gryffindor para mirarlo con una sonrisa—Cece me ha dicho que Cedric habló contigo
Harry asintió dudoso.
—Me dijo que vaya al baño de prefectos esta noche... estoy dudando, ¿Qué tal si no puedo descifrarlo, Cleo? —Preguntó con miedo para sentir como sus manos eran tomadas con delicadeza por las de ella.
Lo estaba matando.
—Puedes hacerlo, eres muy inteligente—Apoyó la rubia mirándolo fijamente, una vez más sintió su corazón latir cuando él clavó su mirada con la misma intensidad.
Después de la "información" traumatizante que Draco le había en navidad, Cleo se sentía como otra persona, no había cambiado en nada aunque al mismo tiempo creía que había cambiado en todo.
Empezaba a ver las cosas diferentes y definitivamente a ese par de "cavernicolas" , como una vez los llamó, de Hogwarts los veía diferente.
—¿Cleo? ¿Estás bien?
—Oui, creo que debes ir... a investigar—Se aclaró la garganta para soltarle las manos suavemente y fingir bostezar—Es algo tarde
Harry frunció el ceño cuando la francesa se levantó del sillón rojo, creía que iba a acompañarlo pero la entendía, era su culpa, había arruinado la conexión que tenían por no tener el coraje de besarla sin fingir que no estaba consciente.
Ninguno de los dos sabía que esa sería su conversación más larga en un día.
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