Esta fiesta nacional se celebra en Plumfield con sujeción estricta a la
antigua usanza. Los días que precedían a la solemnidad, las niñas
ayudaban a tía Jo y Asia en la cocina, haciendo pasteles, frutas de sartén
y muchas otras cosas.
Este año se proyectaba hacer algo más que lo acostumbrado; las
niñas subían y bajaban sin descanso; los muchachos no cesaban de ir de
la escuela al granero, y viceversa; el ruido era ensordecedor. Recogíanse
cintas viejas y trapos de colores; por los suelos, veíanse recortes de
cartón y de papel dorado, paja, algodón, franelas, etc. Ned, en su taller,
construía misteriosas máquinas. Medio-Brooke y Tommy se pasaban el
día rezando entre dientes, como si estuviesen aprendiendo una lección
difícil. Del dormitorio de los mayores surgían voces alegres; del cuarto de
los chiquitines se escapaban sonoras risas. Papá Bhaer parecía preocupado por la desaparición de la monumental calabaza cosechada
por Rob. La calabaza había sido triunfalmente bajada a la cocina;
después, aparecieron una docena de pasteles, en los cuales no se había
invertido ni la cuarta parte de la enorme hortaliza. ¿Dónde estaba el
resto?... Había desaparecido, y Rob no se mostraba disgustado,
sonriendo y diciéndole a su padre:
-Ten paciencia. Ya se verá.
La gracia consistía en sorprender a papá Bhaer, sin permitirle
enterarse de nada.
Cuando llegó el ansiado día, los muchachos salieron a dar un paseo
largo para... ¡abrir el apetito! Las niñas se quedaron en casa, para
ultimar detalles y para ayudar en el arreglo de la mesa. Desde la noche
antes, la sala de la escuela quedó cerrada, prohibiendo la entrada a papá
Bhaer, a riesgo de ser azotado por Teddy, que guardaba la puerta como
un dragoncito, aunque rabiaba por pregonar el secreto.
-Ya está todo, y resulta espléndido -exclamó Nan.
-El... ya sabes qué, está preciosísimo. Silas sabe lo que tiene que
hacer-m murmuró Daisy, satisfechísima.
-¡Ya vienen! Oigo la voz de Emil; tenemos que vestirnos -gritó Nan,
corriendo escaleras arriba.
Los muchachos entraron en tropel, con un apetito que hubiera hecho
temblar al pavo grande, de haber estado vivo.
Cuando desde los extremos de la mesa, papá y mamá Bhaer se
miraron, contemplando la infantil satisfacción, silenciosamente se
dijeron con los ojos: "Nuestra labor prospera. ¡Alabado sea Dios!..."
Durante algunos minutos, sólo se escuchó el ruido de los cuchillos y
de los tenedores, y el que hacía, poniendo y quitando platos, Mary Ann,
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Hombrecitos
Classics¿Es éste mi nuevo niño? Me alegro mucho de verte aquí y deseo y espero que te encuentres satisfecho -dijo la señora, acariciando al muchachito, que se sintió conmovido. La señora no era bella; pero en el semblante, en las miradas, en el gesto, en lo...