Tan pronto como sonó la campana, Nat saltó del lecho y se endosó
satisfechísimo los vestidos que encontró sobre la silla. No era ropa nueva; eran prendas en medio uso, procedentes de otros niños; pero la
señora Bhaer guardaba todas aquellas plumas desprendidas para los
pajaritos extraviados que acudían al nido de Plumfield. Apenas
estuvieron reunidos los muchachos, se presentó Tommy, acompañado de
Nat, para tomar el desayuno.
Mientras engullían, los chicos charlaban animadamente, porque el
domingo había que discutir el paseo y acordar el plan para la semana.
Nat oía y pensaba que el día iba a serle muy agradable, porque gustaba
de la quietud y veía, en torno suyo, plácido reposo. A pesar de su
infancia de vagabundez, el minúsculo violinista amaba la calma.
-Ahora, hijitos, a cumplir vuestras obligaciones matutinas y a estar
dispuestos para ir a misa cuando llegue el ómnibus -dijo el señor Bhaer,
y predicando con el ejemplo, se fue a la escuela a ordenar los libros para
el día siguiente.
Todos salieron apresuradamente a ejecutar su tarea, porque cada
niño tenía un pequeño deber diario que cumplir, y estaba obligado a
cumplirlo puntualmente. Unos acarreaban leña o agua; otros barrían los
pasillos; éstos daban de comer a los animales domésticos; aquellos iban
al granero a ayudar a Franz a sacar alimentos para los animales. Daisy
fregaba los vasos, MedioBrooke los enjuagaba, porque a los gemelos les
gustaba trabajar juntos. Hasta el microscópico Teddy tenía su tarea, e
iba de acá para allá recogiendo servilletas y ordenando sillas. Por espacio
de media hora los muchachos zumbaban trabajando como enjambre de
solícitas abejas. Cuando por fin llegó el ómnibus, el señor Bhaer y Franz,
con los ocho niños mayores, marcharon a la iglesia de la ciudad, que
distaba tres millas.
Nat, por causa de la tos, se quedó con los cuatro chicos más
pequeños y pasó la gran mañana en la habitación de la señora Bhaer,
oyendo las historias que les refirió la bondadosa señora, aprendiendo el
himno que les enseñaba y, luego, pegando estampas en un libro viejo.
-Este es mi encierro dominical -lijo la tía Jo, mostrándole armarios
llenos de volúmenes, estampas, cajas de pinturas, reproducciones
arquitectónicas, periódicos pequeños, papel, plumas, etcétera-. Quiero
que mis hijos gusten del domingo y lo deseen como grato descanso del
estudio y del trabajo habitual, pero quiero que, al parque se recrean, se
instruyan y aprendan cosas distintas de las que se enseñan en la
escuela... ¿Me entiendes? -exclamó, dirigiéndose a Nat, que escuchaba
embelesado.
-Usted se propone enseñarles a que sean buenos -respondió tras
CZYTASZ
Hombrecitos
Klasyka¿Es éste mi nuevo niño? Me alegro mucho de verte aquí y deseo y espero que te encuentres satisfecho -dijo la señora, acariciando al muchachito, que se sintió conmovido. La señora no era bella; pero en el semblante, en las miradas, en el gesto, en lo...