Capitulo 3

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Tan pronto como sonó la campana, Nat saltó del lecho y se endosó

satisfechísimo los vestidos que encontró sobre la silla. No era ropa nueva; eran prendas en medio uso, procedentes de otros niños; pero la

señora Bhaer guardaba todas aquellas plumas desprendidas para los

pajaritos extraviados que acudían al nido de Plumfield. Apenas

estuvieron reunidos los muchachos, se presentó Tommy, acompañado de

Nat, para tomar el desayuno.

Mientras engullían, los chicos charlaban animadamente, porque el

domingo había que discutir el paseo y acordar el plan para la semana.

Nat oía y pensaba que el día iba a serle muy agradable, porque gustaba

de la quietud y veía, en torno suyo, plácido reposo. A pesar de su

infancia de vagabundez, el minúsculo violinista amaba la calma.

-Ahora, hijitos, a cumplir vuestras obligaciones matutinas y a estar

dispuestos para ir a misa cuando llegue el ómnibus -dijo el señor Bhaer,

y predicando con el ejemplo, se fue a la escuela a ordenar los libros para

el día siguiente.

Todos salieron apresuradamente a ejecutar su tarea, porque cada

niño tenía un pequeño deber diario que cumplir, y estaba obligado a

cumplirlo puntualmente. Unos acarreaban leña o agua; otros barrían los

pasillos; éstos daban de comer a los animales domésticos; aquellos iban

al granero a ayudar a Franz a sacar alimentos para los animales. Daisy

fregaba los vasos, MedioBrooke los enjuagaba, porque a los gemelos les

gustaba trabajar juntos. Hasta el microscópico Teddy tenía su tarea, e

iba de acá para allá recogiendo servilletas y ordenando sillas. Por espacio

de media hora los muchachos zumbaban trabajando como enjambre de

solícitas abejas. Cuando por fin llegó el ómnibus, el señor Bhaer y Franz,

con los ocho niños mayores, marcharon a la iglesia de la ciudad, que

distaba tres millas.

Nat, por causa de la tos, se quedó con los cuatro chicos más

pequeños y pasó la gran mañana en la habitación de la señora Bhaer,

oyendo las historias que les refirió la bondadosa señora, aprendiendo el

himno que les enseñaba y, luego, pegando estampas en un libro viejo.

-Este es mi encierro dominical -lijo la tía Jo, mostrándole armarios

llenos de volúmenes, estampas, cajas de pinturas, reproducciones

arquitectónicas, periódicos pequeños, papel, plumas, etcétera-. Quiero

que mis hijos gusten del domingo y lo deseen como grato descanso del

estudio y del trabajo habitual, pero quiero que, al parque se recrean, se

instruyan y aprendan cosas distintas de las que se enseñan en la

escuela... ¿Me entiendes? -exclamó, dirigiéndose a Nat, que escuchaba

embelesado.

-Usted se propone enseñarles a que sean buenos -respondió tras

HombrecitosOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz