Durante una semana, Dan sólo pudo moverse del lecho para ir al
sofá. Así pasaron ocho días, y, al cabo, oyó satisfecho al médico que
decía en la mañana siguiente del sábado:
-Este pie se va curando con más rapidez de la que supuse; den
ustedes al enfermo una muleta y permítanle que esta tarde ande un rato
por la casa.
-¡Bravo! Bravo! -gritó Nat, corriendo alborozado a transmitir la noticia
a los compañeros.
Todos se alegraron, y, al terminar de comer, fueron a ver a Dan hacer
pinitos por el salón antes de asomarse a la puerta de casa. El muchacho
sentíase cada vez más animado y más agradecido por el afectuoso interés
que le demostraban; los niños lo felicitaron cordialmente; las niñas
sentáronse junto a él, y Teddy lo contemplaba con cariñosa protección.
Tranquilamente hallábanse sentados todos ala puerta, cuando vieron
un carruaje detenerse ante la cancela del jardín; luego vieron agitarse un
sombrero, y, de repente, Rob, voceando: "¡El tío Teddy! ¡Aquí está el tío
Teddy'..." empezó a correr, tropezando y cayendo, con toda la velocidad
que le permitían sus piernecitas. Los demás chicos, excepto Dan,
brincaron presurosos tras de Rob, para ver quién era el primero que
abría la portezuela, y en un momento el carruaje se halló rodeado por un
verdadero enjambre de pequeñuelos saludando al tío Teddy y a su hijita.
-¡Deténgase el carro triunfal y dejen que Júpiter descienda! -exclamó
el viajero, apeándose y corriendo a saludar a tía Jo, que sonreía y
aplaudía alegremente.
-¿Cómo estás, Teddy?...
-Muy bien, ¿y tú, Jo?...
Cambiaron un apretón de manos, y el señor Laurie puso a Bess en
manos de su tía; la chicuela la abrazó estrechamente, mientras el padre
exclamaba:
-"Pelito de oro" estaba deseosa de verte y yo participaba de su deseo.
Aquí venimos a jugar una hora con tus niños, y saber cómo siguen
"Pulgarcito" y "La vieja que vivía en un zapato".
-¡Cuánto celebro la visita! ¡A jugar y que no haya disgustos! -exclamó
la tía Jo.
La chiquillería había formado corro en torno de Bess, admirando los
áureos cabellos, el delicado rostro y el lindo vestido de la "Princesita" –
que así la llamaban-, sin atreverse a besarla, porque Su Alteza no lo
permitía. La pequeña se sentó en medio del grupo infantil, y hasta se
dignó conceder algunas caricias. Rob la miraba como a una muñeca fragilísima y la adoraba a respetuosa distancia, dándose por satisfecho
por cualquier muestra de afecto de la Princesita. Esta quiso ver la cocina
ΔΙΑΒΑΖΕΙΣ
Hombrecitos
Κλασικά¿Es éste mi nuevo niño? Me alegro mucho de verte aquí y deseo y espero que te encuentres satisfecho -dijo la señora, acariciando al muchachito, que se sintió conmovido. La señora no era bella; pero en el semblante, en las miradas, en el gesto, en lo...