Tras los últimos sucesos la paz tomó a Plumfield, y reinó sin
interrupción durante algunas semanas. Los niños mayores se
consideraban, hasta cierto punto, culpables de la pérdida de Nan y Rob,
y se mostraban afectuosos y dóciles.
-Esto es demasiado para que dure mucho -exclamaba tía Jo,
aleccionada por la experiencia y sabedora de que las calmas infantiles
son precursoras de tempestades. Así, en vez de creer que los chicos se
habían vuelto santos, se preparó para la erupción repentina del volcán
doméstico.
Una de las causas de la paz infantil fue la visita de Bess, que pasó en
Plumfield ocho días, mientras sus padres hacían un breve viaje. Los
niños consideraban a Pelito de oro como una mezcla de ángel, criatura y
hada; efectivamente, la pequeña era tan linda como cariñosa, y el áureo
cabello que bordeaba su cabecita era algo así como un velo tras el cual
sonreía alas personas que le eran simpáticas, y tras el que se ocultaba de
quienes la enojaban.
Delicadísima por naturaleza, influía saludablemente sobre los
descuidados muchachos que la rodeaban. No se dejaba tocar
bruscamente, ni por manos sucias, resultando de ello un consumo
extraordinario de jabón, porque los muchachos estimaban como
señalado honor el que se les permitiera llegar a Su Alteza, y les dolía
mucho verse rechazados, y oír que Pelito de oro les decía: "¡Vete, que
estás sucio!...".
Nan se benefició muchísimo con la convivencia de aquella que, aun
siendo muy pequeña, estaba muy bien educada. Bess miraba a Nan con
admiración y miedo; y cuando la oía gritar y patalear, la contemplaba
aterrada, abriendo enormemente sus ojazos azules, y huía de ella como
de un animal salvaje. Esto disgustaba mucho a Nan. Al principio decía:
"¡Bah! ¡No me importa!". Pero le importaba y se le oprimió el corazón
cuando Bess manifestó: "Yo 'chero' mucho a mi 'pirra' Daisy, 'poque' es
muy buena"; se hartó de darle estrujones y empujones a Daisy, y huyó
luego al granero para llorar allí desconsolada. Allí, refugio de tristes y
afligidos, solía encontrar la traviesa muchacha calma y buenos consejos.
Acaso las golondrinas, desde los nidos de barro labrados en la
techumbre, le ofrecían, entre gorjeos, lecciones de sensatez y de ternura.
Lo cierto es que salió amansada y buscó en la huerta manzanas dulces
tempranas que agradaban mucho a Bess. Con esta ofrenda de paz,
llegóse humildemente a la princesa, y tuvo la dicha de ver aceptado el
obsequio.
Todos los chicos experimentaron la dulce influencia de Su Alteza, y
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Hombrecitos
Classics¿Es éste mi nuevo niño? Me alegro mucho de verte aquí y deseo y espero que te encuentres satisfecho -dijo la señora, acariciando al muchachito, que se sintió conmovido. La señora no era bella; pero en el semblante, en las miradas, en el gesto, en lo...