Había llegado julio y comenzado la siega; los jardines de Plumfield
estaban lindísimos y los días estivales eran encantadores y apacibles. La
casa se hallaba abierta de par en par desde la mañana hasta la noche, y
los niños, con excepción de las horas de clase, vivían al aire libre.
Una noche, tibia y perfumada, mientras los chiquitines estaban en el
lecho y los mayores se bañaban en el arroyo, mamá Bhaer desnudaba a
Teddy en el vestíbulo. De repente el bebé exclamó, señalando la ventana.
-Ahí "ta" mi Danny.
-No, hijito, no; es la luna.
-¡Ahí "ta" mi Danny! ¡Ahí "ta" mi Danny! -insistía alegremente el
pequeño.
Mamá Bhaer corrió presurosa ala ventana, pero novio a nadie.
Después, salió a la puerta llevando a Teddy medio desnudo e hizo que el
chiquito llamase a su amigo, para ver si de este modo atraía al forastero.
Nadie contestó; madre e hijo entraron muy desanimados a la casa y
Teddy, antes de dormirse, se incorporó varias veces en la cama,
preguntando:
-¿Ha vinido mi Danny?...
Después todos los muchachos se retiraron a descansar, se hizo el
silencio y sólo el chirriar de los grillos turbó la calma de la noche.
Mamá Bhaer sentóse a repasar ropa blanca, pensando en el niño
ausente. Convencida de que Teddy se había equivocado, ni siquiera
mencionó lo ocurrido a papá Bhaer, que escribía varias cartas. Ya habían
dado las diez cuando tía Jo se levantó para cerrarla puerta de la casa. Se
quedó un momento contemplando la hermosura de la noche, y algo
blanco, que se destacaba entre un montón de gavillas esparcidas en el
prado, le llamó la atención. Creyendo que era algún sombrero de paja
olvidado por los muchachitos, se aproximó a recogerlo. Entonces vio que
aquella nota blanca era una mano y una manga de camisa que
asomaban entre las gavilladas mieses. Dio vuelta al montón, y se halló
con Dan que dormía profundamente.
El pobre vagabundo parecía fatigadísimo y estaba andrajoso, sucio y
escuálido; tenía desnudo un pie y envuelto el otro en un chaquetón. Se
había escondido entre las gavillas, y durmiendo, extendió el brazo que lo
delató. Dormía agitado, moviéndose, quejándose y hablando entre
sueños; al fin, el cansancio lo rindió.
"No debe permanecer aquí", se dijo mamá Bhaer, y acariciando a
Dan, lo llamó por su nombre. El muchacho entreabrió los ojos, sonrió y
exclamó, como si continuase soñando:
-Mamá Bhaer, ya he vuelto a casa.
Tía Jo, conmovida, incorporó a medias al niño y le dijo:
-Te esperaba, y me alegro de verte, Dan.
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Hombrecitos
Classics¿Es éste mi nuevo niño? Me alegro mucho de verte aquí y deseo y espero que te encuentres satisfecho -dijo la señora, acariciando al muchachito, que se sintió conmovido. La señora no era bella; pero en el semblante, en las miradas, en el gesto, en lo...