Capítulo 3: La sangre de Julian

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El reloj de la portátil marca las dos con siete de la madrugada, la habitación sigue en silencio, el café está ya algo frío, Julian está serio, y sumergido en sus recuerdos. Sentado sobre su cama, una muy amplia como para que dos personas puedan dormir plácidamente o hacer el amor sin límite de espacio. Las sábanas son verde oscuro, con una almohada en la cabecera y otra a los pies, con los demonios sentados en frente de él esperando una palabra, esperando algún gesto, pero nada parece suceder. Y es que el dormitorio de Julian ha sido conquistado por la oscuridad; tan oscura a pesar de tener las luces encendidas.

- ¿Pero por qué lo has hecho? —pregunta la enfermera sorprendida por el hecho.

- Tengo cólera porque no me hacen caso —Julian sostiene su mano derecha, mientras la ira sostiene su corazón.

- Pero ese no es motivo para hacerte daño. ¿Te duele? —dice suavemente pues siente pena por Julian.

- No. No me duele. No ha sido nada.

Julian regresa al salón y todas las miradas están puestas sobre él. La maestra no dice nada, y sus compañeros murmuran a sus espaldas en voz alta. 'Está loco', '¿Por qué lo ha hecho?, 'No te juntes con él', eran unas de las tantas cosas que sus pequeños compañeros murmuraban. Quizá tengan razón, él estaba loco. Pues cualquiera que vea el mundo diferente lo está, sin importar el por qué, sin importar el cómo es que llegó a ver la vida de esa manera.

Su primo le muestra su dibujo. Está idéntico que el de Julian. El temor a lo que pudiera pasar hizo que se decidiera por obedecerle. Desde ese día él ya no cuestiona los pedidos de Julian, ni él ni sus compañeros. Pues en circunstancias normales, Julian es tranquilo pero cuando la ira conquista sus pensamientos, puede llegar a la autodestrucción.



Una gota lo saca de sus pensamientos. Una gota cálida y problemática que recorre el interior de su nariz. una gota de sangre que parece asomarse por uno de los orificios de su nariz,  y antes de que los demás pudieran notarlo, él sonríe deteniendo su mundo; exactamente como la primera vez. Una gota de sangre producto del pacto con Lyam. Le prometió control a cambio de destrucción y así sucedió.

- Recuerdo perfectamente el día en que perdí el respeto por mi integridad física —se dice a él mismo mientras acerca su mano derecha a su nariz. 

Una noche, un año después de conocer a Lyam, sus protectores estaban discutiendo por algo tan insignificante pero importante en el mundo humano; dinero. Estaba todo fuera de control, y las cosas fueron más allá de las palabras. Julian gritaba desde atrás protegiéndose que no le hicieran daño, pero nadie lo escuchaba. Su voz no era fuerte, él no era grande, él no era nadie como para ser escuchado. Su desesperación incrementaba, y era el único que podía hacer algo, pero ¿qué?

- Tienes mi poder, deja que explote y todo acabará — Lyam susurraba en su oído.

Era tan cierto. Julian tenía el poder de controlar a los humanos, pero siempre tendrá un costo que a sus cortos 6 no pudo entender. Dejó que la ira llenara su corazón hasta sentir aquella explosión. Empezó a arremeter con todo lo que estaba a su paso, lleno de ira, lleno de decepción por los MALDITO HUMANOS. Estaba viendo como dos personas, por los que se suponía que debía ser amado, acababan con la última oportunidad de darle un nuevo concepto de familia.

Sus pensamientos se nublaron y encendieron con dolor. Aquel corazón no aguantó más, no aguantó aquella voz oscura dentro de su pequeña cabeza, arremetiéndola contra lo primero que vio.

- ¡Ya basta! — dijo Julian con voz  ahogada por la fuerza en que su garganta estaba oprimida. las venas en ésta eran notorias, y sus puños estaban fuertemente cerrados como si tratara de aferrarse a algo con fuerza; esperanza.  Al igual que sus puños, sus ojos se negaban a ver que su familia se destruía poco a poco. Las ideas de muerte y dolor rodeaban su cabeza y oscurecían su corazón. Julian estaba desesperado por acabar con todo. No quería seguir sintiendo eso, no quería seguir pensando en ello. Sus protectores debían dejar de pelear.

- ¡Ya basta! —gritó por segunda vez con desesperación haciendo uso de su nuevo poder. Todo acabó. Todo quedó en silencio por unos segundos. Ellos dejaron de pelear. Miraron a Julian atónitos pues Julian estaba sangrando. Había golpeado su cabeza contra un muro de su sala. Dejando su rostro lleno de sangre, llamando la atención de sus protectores, finalizando así la discusión. Era la única manera de controlar a los humanos; autodestrucción. Julian había descubierto cómo lidiar con el dolor de la ira; más dolor. Su nariz pagó las consecuencias, su nariz fue ese sacrificio para que el infierno de esa noche acabara de momento. Su nariz nunca volverá a ser la misma, y él nunca olvidará aquella noche porque desde entonces no ha parado de sangrar.

"Hay errores que nunca serán enmendados por más sangre que pagues"

Julian G.A.

Cartas nocturnasWhere stories live. Discover now