La Trampa del Tigre

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Estar en el Club Diógenes era como estar bajo el agua, pensó Irene. La quietud en este lugar no era una ausencia del sonido sino una presencia tangible, como un peso de agua presionando contra sus orejas. Irene tenía que tomar respiraciones profundas y recordarse a sí misma que no podía ser asfixiada por una atmósfera.

Es interesante, pensaba Irene, de las diferentes zonas de confort que los dos hermanos Holmes habían construido para sí mismos: comparar este mausoleo de un club de caballeros muy pulido y ordenado, con el piso de Sherlock en Baker Street, la cocina rebosante de platos sucios y potencialmente explosiva de experimentos. Se preguntaba si los hermanos viven sus vidas desafiando deliberadamente a los demás, o si la diferencia de temperamento entre ellos es meramente casual: una de las pequeñas bromas de la naturaleza.
Irene no tenía mucho tiempo para reflexionar sobre el tema. En poco tiempo, la puerta se abrió (tan suave y silenciosamente como cabría esperar) y Mycroft Holmes entró en su oficina. Se sentó en la pequeña mesa de té junto a la chimenea, y casi de inmediato apareció un camarero, colocando una bandeja de desayuno sobre la mesa frente a él. Mycroft levantó cuidadosamente la tetera y se sirvió una taza. Hay una pausa tensa, mientras Mycroft toma su primer sorbo de té, el camarero observa su cara en aparente suspenso. Al final, Mycroft baja la taza ligeramente e inclinó la cabeza hacia el camarero, un gesto de aprobación aparentemente, porque el hombre, visiblemente aliviado, se inclinó y se marchó. Irene esperó hasta que la puerta se cerró antes de salir de su escondite.

— Buenos días, señor Holmes.
Para su crédito, los ojos de Mycroft se ensanchan apenas antes de colocar su taza de té cuidadosamente en su platillo.

— Señorita Adler.

Irene le sonrió y cruzó la habitación hacia él, rozando los bordes de su escritorio con los bordes de sus dedos.

— Lo siento, se supone que no deberíamos hablar aquí, ¿verdad? Sabe que nunca he sido muy buena en seguir las reglas.

Mycroft sonrió débilmente.

— No se preocupe, siempre se pueden hacer excepciones. Póngase cómoda. Me disculpo, si me hubiera dado cuenta de que estaba escondida detrás de la cortina, habría pedido una segunda taza.

— Oh, bueno —sonrió Irene, sentándose en la silla frente a él y tomando una porción de su tostada—. Supongo que tendré que conformarme—. Aun con su sonrisa le dio un mordisco a la tostada.

Los ojos de Mycroft se entrecerraron con irritación.

— Bueno, está en un estado de salud bastante mejor de lo que me hicieron creer. Tendré que volver a evaluar mis estrategias de recopilación de inteligencia. Y mi seguridad, al parecer.

— Oh, ese es fácil. El limpiador —explicaba Irene—, lo conozco bastante bien. Tan bien para saber lo que le gusta.

Mycroft suspiró.

— Ah... Predecible, supongo.

— Exacto.

Mycroft tomó una tostada del lado más alejado del estante y comenzó a cubrirla con una fina capa de mantequilla, extendiendo delicadamente la grasa hasta los bordes del pan.

— Y entonces. ¿A qué debo el gran honor de su presencia? Espero que no intente tratar de chantajearme otra vez. Estoy seguro de que los dos recordamos que no terminó bien para usted la última vez.

— No. Según recuerdo, tu hermanito vino a la carga en el último minuto con una deducción para salvar el día. No es tan probable esta vez, ¿verdad?
Irene no estaba segura de cómo lo hizo, pero sin cambiar visiblemente un músculo, la cara de Mycroft pareció endurecerse, sus ojos azul oscuro emiten un frío casi palpable.

Dinning with Frogs.  {Traducción}Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang