Epílogo

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John pudo sentir una débil corriente de aire desde el baño, haciendo que la puerta crujiera en el viento. Él asomó su cabeza adentro y lo que vio lo hizo sonreír para sí mismo y rodar sus ojos.

— ¡Sherlock!

Sherlock estaba en las escaleras conversando con la Sra. Hudson sobre una cosa u otra. Él levantó la vista cuando John se acercó, con una expresión inquisitiva.

— Creo que tienes una visita.

Sherlock miró a John sin comprender por un momento antes de que su frente se desplegara y sus ojos brillaran. Sin decir una palabra, empujó a John para que no le bloqueara más las escaleras.

— Mira al niño —dijo la Sra. Hudson cariñosamente— ¿Entonces, ella ha vuelto?

— Al parecer —dijo John.

— Ahora, no sé por qué la niña no puede usar la puerta de entrada. Si hubiera sabido que ella estaba aquí, le habría ofrecido una taza de té.

— No creo que el té es para lo que está aquí.

Las visitas de Irene siempre parecían precedidas por un descanso en la ventana del baño. Sherlock lo describía como una medida de seguridad, pero John sospecha que el gesto tenía un valor sentimental para los dos. Es la segunda visita que les hacía Irene esta primavera, lo que es una buena noticia para Sherlock y su humor. Es agradable verlo feliz, dejar que otra persona lo haga feliz, incluso si no duraba mucho. Las salidas de Irene generalmente eran seguidas y por varios días generando en él un silencio melancólico, pero en general, John pensaba que los breves períodos de sol valen las nubes y la tormenta. Los ataques de mal humor parecen ser cada vez más cortos y menos intensos, especialmente desde que Sherlock parecía haberse dado cuenta de que, aunque Irene se vaya, siempre regresaba.

— ¿Sabes? —continuó la Sra. Hudson, gratamente—. Creo que necesito tapones nuevos para los oídos nuevos —John mira hacia el techo sobre ellos.

— Creo que yo también —él dijo. Las reuniones de Sherlock e Irene tienden a ser de naturaleza entusiasta y ninguno de ellos parece, particularmente, preocupado por guardar silencio ante sus vecinos. La única sugerencia discreta de John era que las paredes eran quizás más delgadas de lo que creían, él se había topado con una amplia sonrisa de parte de Irene y se había disculpado por molestarlo señalando que siempre era más que bienvenido unirse a ellos. Ella había estado bromeando, por supuesto. Al menos, John esperaba que fuera una broma.

— Saldré a la tienda —mencionó John— ¿Necesita algo?

— Eres tan dulce —dijo la señora Hudson, y acaricio su mejilla—. Deberías considerar en buscar una joven mujer, o un hombre joven. Si Sherlock puede hacerlo, estoy seguro de que cualquiera puede.

John le devuelve una sonrisa.

— Oh, estoy bien.

La verdad es que, pensaba John, mientras salía de Baker Street, aunque esté contento de que Sherlock haya descubierto una marca de felicidad idiosincrásica, a veces se siente extrañamente curioso. Sherlock ha tenido una suerte de casualidad en estas cosas, pensaba, volviendo a su mente sobre su propia historia plagada de relaciones fallidas y fechas insatisfactorias. Sherlock había estado interesado, en exactamente, una persona durante toda su vida, por lo que John pudo ver, y todo había funcionado, de inmediato. John también se había acostumbrado a pensar que era un experto en esta área. Sherlock era el lógico, el genio socialmente ajeno que no sentía cosas como los demás. Se suponía que John era quien entendía a las personas, las relaciones. Aparentemente no.

Cuando John regresó, varias horas después, Sherlock e Irene estaban en la cocina y Sherlock intentaba deducir la última misión de Irene. Otra pequeña tradición compartida: Sherlock enfrenta su resentimiento contra el hecho de que su hermano emplea a su novia tratando de deducir tantos secretos de estado como pudiera.

Dinning with Frogs.  {Traducción}Where stories live. Discover now