Capítulo 42

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Empezaron como sonidos ininteligibles, mezcla de gruñidos, lamentos y golpes. Al principio Nadine pensó que los estaba imaginando puesto que no se parecían a nada que hubiera escuchado antes, hasta que notó la tensión en los exploradores. Al ritmo de los ruidos, todos miraban para un lado o para el otro buscando el origen sin vociferar la inquietud que claramente compartían.

–Continuemos, pero estén alerta –ordenó el líder del grupo, un hombre de piel caramelo con evidente entrenamiento militar, llamado Raúl Canteras.

Algunos sacaron unos precarios cuchillos de entre sus ropas. Kaoru la miró como pidiendo disculpas por no haberle conseguido uno antes de departir, pero Nadine le respondió mostrándole el que le había regalado Brian. Era más tosco que los otros, aunque más grande y amenazador de ver. Kaoru lanzó un resoplido de alivio y volteó su mirada hacia el bosque donde los sonidos estaban empezando a incrementar su volumen.

–Creo que deberíamos volver –propuso Simon acercándose un poco a Donatella con ojos atentos y sin un atisbo de burla.

–Somos exploradores, tenemos que ver de qué se trata –comandó Canteras.

–Si terminamos todos despedazados no servirá de nada –gruñó Frederick.

Todos continuaron, sin embargo, caminando tentativamente entre los troncos de los árboles. Los ruidos comenzaron a parecerse más a rugidos que a otra cosa, pero los arbustos se mantenían inmóviles y nada los atacó.

–Raúl, busquemos un lugar en el cual podamos cubrirnos si es necesario –propuso Donatella aferrando su cuchillo con los nudillos casi blancos.

–Está bien, apresuremos el paso, grupo –accedió el hombre acelerando su velocidad, aunque manteniéndose con las rodillas semi-flexionadas listo para saltar.

Al momento de apresurar el paso, los rugidos se hicieron más intensos y agresivos. Asustados, los integrantes del grupo empezaron a correr. El corazón de Nadine comenzó a palpitar desenfrenado, pero no por el ejercicio. Sentía que en el momento que su vista se desviara del bosque, una bestia la atacaría por la espalda desde atrás de los árboles. Todos los vellos de su cuerpo se erizaron por la sensación de que alguien la observaba y mientras corría no podía evitar llevar su mirada desesperada hacia atrás y hacia los lados. Frederick corría a su lado y de vez en cuando le daba un empujón en la parte baja de su espalda para que no se distrajera buscando a las bestias y simplemente corriera con todas sus fuerzas.

–¡Allí! –gritó Jhin señalando a una gruta de rocas cubiertas por follaje del bosque.

Por más que era pequeña, Jhin era la más ágil de todos por lejos, incluyendo a Nadine, y encabezaba la huida por varios metros. Un nudo inexplicable se formó en el estómago de Nadine, quizás porque los rugidos se volvían cada vez más fieros conforme se acercaban a la gruta.

–¡PAREN! –gritó sintiendo el nudo apretar sus entrañas e inmovilizar sus pulmones.

Afortunadamente, todos la escucharon y detuvieron sus zancadas de golpe, quedando inmóviles al instante. Controlando sus brazos que temblaban, Nadine señaló a la gruta. Su respiración estaba entrecortada y tenía ganas de gritar del miedo. Los rugidos continuaban sonando entre las ramas de los árboles, pero lo peor terror provenía de la entrada de la gruta. Se dio cuenta cuándo el resto de los exploradores comprendió lo que intentaba decirles por su expresión de pánico. Ellos lo estaban sintiendo también y comenzaron a retroceder de espaldas sin quitarle la mirada a la terrorífica gruta que retorcía todo el raciocinio que aún tenían. Era igual a la entrada de la cueva en las cavernas, la que habían pasado cada día cubriendo con cualquier cosa que encontraran, fuesen rocas, ramas, hojas o barro.

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