Capítulo 45

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—¡Son los malditos pescados! –espetó Nadine tirando el animal a los pies del séquito de Signe para llamar su atención.

—¿Qué dices, querida? –preguntó Signe confundida pestañeando rápidamente como disipando un sueño.

—¡La epidemia que tenemos! ¡Viene de los malditos peces! –contestó ella señalando con efusividad el animal a los pies del grupo.

Algunos integrantes levantaron las cejas en clara señal de incredulidad... Mirándolos con más detenimiento, quizás fuera escepticismo. Nadine les lanzó una mirada de odio.

—Según una de esas personas que intentan que comamos pescado crudo cubierto de jugo de frutas, algunos peces tienen un olor dulzón que antes no tenían –explicó.

—Y, ¿qué pruebas tienes? —comenzó a cuestionar el hombre del séquito de Signe con las cejas más arqueadas.

—No necesitamos prueba –interrumpió Signe con un ademán de su mano—. Cualquier sospecha nos puede ayudar... Es eso o no hacer nada.

La mujer permaneció en silencio durante unos instantes haciendo caso omiso de los susurros que le dirigían los miembros de su grupo. Llegando a una decisión, Signe comenzó a dar órdenes como si fuera lo más natural del mundo.

—Tú, ve a buscar al Dr. Gonzalez y tú, dile a Temba que saque el pescado de nuestras dietas. Tendremos que encontrar alguna otra cosa con lo que alimentarnos... si encontramos.

El doctor apareció sólo un par de minutos después, su semblante sudoroso y mucho más delgado de lo que Nadine recordaba en las instalaciones de la Tierra.

—Es como sospechábamos entonces, una toxina –dijo apenas llegó.

—¡Esto no tiene sentido, Signe! ¡Hemos comido pescado desde que encontramos el arroyo! ¡Mágicamente no pueden volverse tóxicos! Esta niña está delirando –protestó el hombre de las cejas arqueadas.

Nadine estaba a punto de responderle una sarta de disparates para poner al prepotente imbécil en su lugar cuando el Dr. Gonzalez interrumpió.

—En realidad, es perfectamente probable que eso suceda. Durante varios días hemos estado trabajando en conjunto con una biologa entre los colonos, investigando la posibilidad de que un comportamiento estacional en los animales o en la vegetación que estuviese produciendo la epidemia –explicó Gonzalez en un torrente de palabras.

—Explícate de forma clara –insistió Signe.

El doctor se masajeó las cienes para concentrarse y luego continuó intentando hablar despacio.

—Recuerdan los animales de la Tierra que migran a zonas más calurosas durante el invierno, o que hibernan, ¿verdad? Bueno este puede que sea un comportamiento particular de este planeta.

—Esos comportamientos que describes son para protegerse del frío. ¿Qué puede hacer una toxina para combatir eso? –preguntó Nadine sintiendo que un escalofrío recorrer su espalda.

—Puede que no sea un mecanismo para combatir el frío, sino una defensa contra depredadores... —aclaró Gonzalez refregándose las manos de forma nerviosa.

Todo el miedo que Nadine había sentido en aquella primera expedición la invadió de repente, y su garganta se cerró al instante. El terror se palpaba en el aire, aunque nadie estaba dispuesto a admitirlo.

—No hemos visto ningún depredador. No causemos pánico innecesariamente –increpó el hombre de las cejas visiblemente nervioso por la dirección que estaba tomando la conversación.

—El sol se está moviendo. La noche no tardará en llegar. Quizás no hemos visto a los depredadores porque no es su estación –propuso Signe con la mayor frialdad que podía convocar, pero sin poder disimular cómo su labio superior temblaba y su voz vacilaba con cada sílaba.

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